21/9/14

Roturas

Sentada. Sobre una toalla y mirando al horizonte. El mar se extiende ante mis ojos. Las olas vienen y van, de forma tranquila y pausada. Disfrutando al máximo el tacto de la arena contra la espuma. A la derecha, el sol ocultándose entre edificios históricos. Monumentos que antaño un grupo de hombres levantaron con fuerza y sudor. Trabajando en equipo para lograr algo grande. Una majestuosidad elevada que año tras año vienen a visitar.
Más allá, entre las montañas puede verse un pico nevado. La luna llena lucha por alumbrar la noche, contra el sol que ahora se esconde a descansar.
Pero son las velas las que sin previo aviso compiten por alumbrar. Dibujando un firmamento en el suelo. Con formas hermosas que tiernamente inspiran a los pintores. Sus pinceles recrean la escena. Unos enamorados se besan entre el gentío. Ahí están. El leve contacto de unos dedos sobre la mejilla. Los ojos clavados, unos en los otros, como si una fuerza sobrehumana les impidiera apartarse. Se miran, sonríen, son felices.

Desde mi toalla abro los ojos y todo desaparece. Vuelvo a estar en la playa. Tras de mí, vidas elegantes y autodestructivas. Yo aquí. Concluyo. Hace falta reciclarse.

Difícil para mí

Malditos recuerdos. Malditos subsconciente. Trozos de destellos entrecortados. Escondidos en los recuerdos, en las sensaciones. Un estillo llano y repetitivo. La respiración se hizo lenta, como el momento. Un susurro buscaba el silencio y mi corazón despertó con un grito ensordecedor que mis venas no pudieron ignorar.
El aire entró por mi cuerpo y con él se llenó cada ápice de mi alma. Mi interior sonrió. Cantó ante la vida que se presentaba delante de mí, después de tantos y tantos años escondida. Una vida entre respiraciones pausadas y monótonas. Una vida que se levantaba en pleno apogeo. En una oscuridad placentera, ante unos ojos que no podía ver, ante un tacto pasional. Apenas rozó mi cuerpo, pero eso bastó para seguir aquí, debatiéndome entre lo que soy y lo que creen que soy.

El orgullo y el despojo. Me siento semidesnuda ante mis sometimientos, pero peor me siento sin sentirte cerca. Sin hablar. Reconcomiéndome la cabeza sin saber cómo o con quién estás. Silencios que duelen, pero sin preguntas que postular.

No era este el motivo. Mi cabeza vuelve a la melodía. La que esas voces entonaron creando una conversación armónica. Noches. Noches que echo de menos. Que nunca más volverán aún con las cartas sobre la mesa. Las estrellas, las únicas luces nocturnas. Palabras que no escucho. Solo oigo a alguien hablar mientras que la noche se extiende sobre mí, entre manos unidas por algo que nunca llegaré a tener. Algo de lo que soy partícipe a sabiendas de lo que ya sé. Todo por esas palabras. Las del momento con nombre. Con interjecciones cómicas.

Nunca expresan nada. Como la princesa de Rubén. Solo un barullo de sensaciones que se amontonan y buscan adjetivos para darse a entender.

20/9/14

El cero a la derecha

Es todo tan personal e irascible. Como recuerdos que apedrean el alma. Como pasos que desean huir. Al fin he vuelto a tomar el mando. Mi incomprensión tan determinada. Gorriones volando, como los colombos. Canciones de trueno chocando contra el suelo. Martilleando el inframundo con ansias de escapar.

No tengo manera. No sé qué es esto. Una elección que se hace fuerte. Que me confunde, que me arrastra río abajo. Soñando. No sé con qué. Con lo que quiero o deseo. Un motivo para llegar a donde quiero. A algo que estoy buscando. Fuera de todo. De mentiras, inseguridades y desconfianza desatada por Dios sabe qué.
Sin avisos ni palabras. Solo con sangre derramada. La mía y la tuya. Tan oscura que apenas pude ver hasta hace poco. Destinatarios que vuelan como mis palabras. Como mis opiniones tan indeseables.
Recuerdo un blanco lleno de nada. Un trueno efímero y palabras que no dicen nada, pero lo esconden todo. Te esconden a ti. A tu caída hacia el abismo del que nadie te puede salvar.

No quiero más. Solo necesito sacarlo todo. Escupir la verdad sin remordimientos. Dejarme de problemas e incomodidades recientes. Quiero un directo, una llama de felicidad entre voces que se clavan dentro de mí. Como tu ausencia, la de tus besos, la de tus miradas. Y las que no son miradas. Una lucha interna entre el pasado y el futuro. El que insiste en quedarse y el que lucha por llegar.

El miedo de los celos, los que se gritan a pleno pulmón, pero en silencio. Los que me imagino. Celos del tiempo que pasa por delante tuya cada segundo. Que escucha tu voz y te ve sonreír. Que te tiene siempre, de día y de noche. Entre brisas escondidas y sábanas sin palabras.
Rechazos comprometidos que ambas partes disfrutan. Luchando en un tira y afloja que forja el camino de las huellas. Las que se quedan, como una estela en el cemento.

Ceguera forzada, sin sentido ni fin. Se recupera con facilidad. Hablando. Preguntando a medias y entre conversaciones perdidas. 
Hace falta un guión. Como los de antes. Como las historias infantiles y las ganas de llamar la atención. Su atención. La atención maternal tan enamoradiza entre quejidos sufridos en silencio. Consumidos por el humo de los cigarrillos. Las mentiras o tergiversaciones de cada extremo que se completa. Aquí en silencio y allí sin faltar. Hablando con la verdad una vez al año y sin preguntas ni conclusiones a inventar.
Reclamos de años y años que nunca volverán. Se fue el sufrimiento, pero también la calidez excluída que solo teníamos. Se fue el comentario de un ignorante y se fue la ignorancia de ese comentario.

Fuego. El que me quema, el que me abrasa. El que se refleja en tus ojos con una sonrisa maliciosa. La mirada asustadiza que lucha por comprender ante una necesidad primitiva de sobrevivir. 
Mis recuerdos y mi presente, que me enseñan de nuevo que los casos límites existen dentro de la condición humana y no de la educación militar.

14/9/14

El último

Necesito una salida. Algo que me centre. Necesito sentir dolor para darme cuenta de que el camino que he decidido es el que debo seguir. El dolor me duele, la cicatriz me abrasa y mis lágrimas luchan por salir. Por salir ante tantas equivocaciones, ante tantos trenes perdidos y tantas brasas pisadas. 
Quizá sea el miedo o quizá sea la irracionalidad. Tantas quejas. Echo de menos el silencio. A solas o acopañada, pero lo echo de menos. Echo de más esta sensación de autorepugnancia. El asco que siento hacia mi propio cuerpo y el dolor que me recuerda cuáles fueron mis errores. Errores que no quiero volver a cometer, que me niego a volver a cometer. Porque no sirven de nada, solo sirven para dejarme así. En medio de arcadas y basura. En medio de una mente contradictoria que se ha dejado llevar por esa necesidad de cariño, pero que ahora no puede más. No puede con tanto arrepentimiento ni culpa, no puede con algo que definitivamente no sirve ni para disfrutar. No puede con nada más. 
No quiero más. Solo quiero destruir todo lo anterior. Empezar desde el principio. Empezar y ser quien quiero ser. Contigo. Antes de que te vayas, antes de que me digas adiós. Necesito que alguien me centre y quiero hacerlo contigo. Quiero dejar de llorar, dejar de sentirme mal y dejar de hacer estupideces. Dejar de comportarme como una niña pequeña que solo quiere caprichos. Dejar de sufrir con tanto silencio o gritos ajenos. 

Hoy no puedo más. Las cosas me superan, las cosas se retuercen en mi mente y me dejan vacía, me dejan sin energía, solo con un sufrimiento desgarrador que me envejece el alma. Quiero ser yo. Quiero llevar las cosas a mi manera, como quiero, esperando poco a poco y disfrutando de cada segundo sin perderme. Sin arrepentirme.
Pero ahora no puedo. Soy la única culpable. La que le obliga a hacerlo. Tantos golpes escondidos. Tantas lágrimas perdidas. Mi culpa. La de ser así, la de estar aquí y la de provocar de esa manera. ¿Quién se apodera de mí? Quiero sacarlo de dentro. Quiero sacar esa parte que sucumbe ante cualquier cosa, solo por sentir. Solo por liberar todo ese dolor a través de ventanas y paredes.

Y se va. Todo se va. Las ganas, las palabras, las mentiras. Necesito romper con este día. Dejarlo atrás, recomponerme entre tantos trozos esparcidos por el suelo. Entre las sábanas, entre tantos sueños que nunca se harán realidad. Ninguno. Ni siquiera el que desea tensar más y más, hasta romper entre pataleos y recuerdos inventados. Me muero. Por dentro, sin más. Entre compasión hereditaria y segundos aquí, sintiéndome incómoda y culpable de cada silencio roto. De cada verdad hablada, de cada problema entre tantos y tantos círculos que nunca debí pisar, pero que el destino me obligó a soportar. Entre quejidos y quimeras.

Tengo miedo. De perder el único lugar en el mundo en el que he sido feliz. El único en el que he dejado pasar el tiempo sin ser consciente de que estaba envejeciendo. Porque me daba igual. Me da igual llorar y sufrir por algo que nadie entenderá nunca, ni siquiera yo. Obligada a esperar, sin comida ni agua, solo con un papel que rellenar entre frases que intentan sacar todo el dolor que se ha ido acumulando. Que intentan saciar esa necesidad de sentir ante reflejos absurdos y sin coherencia. Ante otra estupidez que llena el saco y que no me deja más opción que dejar pasar el día, esperar una nueva mañana y convencerme de que este es el final y de que a partir de ahora abriré los ojos con fuerza y diré no, cuando quiera decir no. Diré sí, cuando quiera decir sí. Mañana me levantaré y empezaré un nuevo momento, empezaré a luchar y a creer en lo que quiero. Apoyaré con firmeza mis pies sobre el suelo y me comeré el mundo.

Relojes morados

Cada vez te conozco menos. ¿Quién eres? Creí haber vivido cerca tuya prácticamente desde que nacieste. Desde tu primer recuerdo en esa silla. Desde que marcaste aquel gol o ganaste aquel partido. Te he visto crecer. Te he visto conocerte, descubrir cómo eras. Ser valiente y vivir como querías, sin miedo al qué dirán. Diciendo lo que pensabas con una técnica sutil que te mantenía cerca de quién debías, pero sin perder tu integridad. Rectificando cuando debías rectificar y creciendo como persona.
Pero ahora... Ahora.. ¿qué es lo que pasa ahora? ¿En qué te has convertido?
Te has convertido en una persona irracional. Te has convertido en aquello que evitaste ser. Una persona impulsiva que no sabe diferenciar ni calibrar objetivos, no sabe establecer prioridades y optar por el camino que debe. Muchos consejos apropiados para una vida tan inapropiada. Psicología pura en la teórica y la práctica ajena. Pero luego tú... ¿Tú? Tú te mereces un par de hostias bien dadas para darte cuenta de que justo ahora es cuando debes elegir, y si eliges mal la vida te pateará mientras te restriegas por el fango en busca de un poco de cariño. Porque el amor no se encuentra en la fachada de las casas, sino en el acogimiento que hay dentro de ellas.

12/9/14

Entre individuos complejos

Nunca creí estar segura del todo o al menos eso quería creer. Quería creer en la ingenuidad, en la niñez, en el origen, en la ceguera. Quería creerlo. Ahora sé que todo es mentira. Sé que viste eso en mis ojos, porque ahora lo veo yo. No fui sincera, pero tampoco ha de serlo él. Todo queda claro. 
¿Y sabes? No seré como tú. A ciencia cierta han quedado claras las cosas, pero también deberían haberme quedado a mí hace años. Es mi última decisión, me alejo. Tantas noches y tantas verdades. No puedo seguir con esto, me niego a crear tensión y ser yo la única que está sola. Me niego. Somos pocos y todos a una. A la misma. A mí. Tanto odio acumulado durante algún que otro año. Odio que veo desde el principio y que el color rosa deja de teñir conforme pasa el tiempo. Un odio reciente, nuevo y más fundamentado que el anterior. Odio que provoca el miedo. El miedo a perder. Perderlo todo por nada, por un molino de viento envejecido y cansado de tantos problemas. 
Luego está el deseo. El deseo repugnante que dejo saciar con pequeñas gotas de agua. Deseo abrumador y peligroso. Deseo que con un simple soplo derribará aquello que ya está balanceando. Ojos que miran más allá y cuyo brillo pronto sucumbirá en un fuego devastador. Un fuego que lo quemará todo y yo no quiero estar allí cuando ocurra. No estaré. Me niego a más.
Y para terminar el caso extremo a dejar atrás. Verdad encubierta entre dolorosos levantamientos de cejas. Verdad que pronto aparecerá. Porque ya me da igual. Ya he dejado de sentir y la verdad no duele tanto cuando pasan los años. Alguno debería aplicarse el cuento.

10/9/14

Calibrando apoyos

Cucharadas y cucharadas de grasa. Bocados ansiosos buscando el siguiente bocado. La garganta traga. Desea volver a tragar antes de acabar con el último trago. Comida cuyo único fin es llenarlo todo. Para que no quepa nada más. Para que no quepa más ira. Para que el cuerpo se quede sin fuerzas engullendo y no pueda levantarse a golpear. A despellejar ese alma errante que molesta con sus niñerías. A conseguir un par de cuencas vacías a la altura de su entrecejo. A romper de forma violenta cada hueso de su envidioso cuerpo. Envidioso..
¿De qué? De nada. De una vida reprimida, de un sinvivir monótono, de un acelerado cuerpo que choca contra las esquinas por llegar lo antes posible a su cueva. La que está abierta a todo el mundo. La que cada día admite a más inquilinos sin reserva.
Una digestión que ni siquiera me deja llorar o gritar. Una digestión que requerirá un nuevo comienzo. Desde el principio, como si nada hubiera hecho ya. 
No le basta con atormentarme los días y restregarme con una mirada envidiosa lo que no soy. No le basta con creerme viva entre tanto silencio. Ahora las preguntas se amontonan alrededor de lo único que me está haciendo sonreír cada noche al llegar a casa. Lo único que había olvidado sentir y que me devuelve a un cuerpo activo y con ganas de volar.
No me puedes dejar ni siquiera eso...

8/9/14

Vasallaje

No es negro. No llega a tomar color. No está cerrado, no está abierto. Está al aire libre y me siento encerrada por la brisa. ¡Ah, no! No hay brisa. Siento la presión, la cabeza me va a estallar, los oídos lloran de oír ese grito tan enorme. El del silencio, el de la mentira. La mentira que vives y que fuiste capaz de pronunciar. Esa mentira que aplasta a la verdad que se creía.
La buena comprensión de las palabras. Las que la mente se lleva, las que se dejan llevar por la mente. El sudor recorre el cuerpo. La espalda. Una mano busca algo en la oscuridad de la noche. No encuentra nada, solo un cuadrado negro que sostiene al despertar. Al ver que un nuevo día comienza. Un día más en el horizonte sin fin que oprime la libertad. Vejación. Qué palabra tan intensa. Rota. Como las vidas. 
Ese picor incesante sobre el ojo. La confianza partida y edificada sobre una partida de cartas amañada. Con mis ases escondidos y mis comodines enfundados, a punto de salir. Ya han salido. Al menos uno de ellos. La ingenuidad fingida llegó a su fin, pero no las ganas de evitar el desengaño. El fin. No el fin. Un punto y aparte. Un gran aparte que se transforma en soliloquio. El mío, tras encontrar el camino que había estado buscando.

6/9/14

La clave del sol

Siempre hay alguien. Hay algo que recordar y un motivo por el que sonreír. Siempre hay detalles que sorprenden. Cosas por las que sonreímos, cosas estúpidas. Un abrazo, un beso, un vídeo, una palabra, un amanecer. La alegría es la única condición del ser humano que invita a vivir. Cantar a la vida y dar gracias por esos detalles. Esa parada, ese triple, esa respuesta, esa habitación, esas caricias... Son tantas cosas. No me podría quedar con ninguna. 
Incluso aquí, en lo más oscuro de mi pasado, recuerdo esos momentos y sonrío porque habrá más. La alegría, las canciones, todo lo que hace palpitar con fuerza el corazón se reduce a las personas, mis personas. Las que con cualquier gesto o palabra me hacen sentir cómoda, como si éste lugar hubiera estado reservado para mi desde que Demiurgo hizo su chapuza. Me hacen sentir persona y me dejan ser feliz.
Ya he comenzado a vivir y he aprendido cómo ser feliz. He aprendido que los detalles insignificantes son los que me llenan por dentro, los que me hacen sonreír. 

Como cuando alguien querido te expresa con palabras lo que siente por ti. En ese momento te das cuenta de que realmente has sido importante para esa persona, aunque solo fuera por unos segundos. Y te sientes feliz, te sientes con ganas de abrazar indefinidamente a esa persona y con una fuerza que podría dejarte sin aire, pero aún así, lo quieres.

Como cuando alguien te dice me encantas cuando lo único que has hecho es ser tú misma. Y en ese momento te das cuenta de que hay gente a la que le encanta cómo eres, sin maquillajes ni caretas. Con una verdad oculta que las miradas dejan entrever. Siendo como eres.

Como cuando alguien te da un abrazo inesperado, un beso repentino o un te quiero improvisado. En ese momento te das cuenta de que has hecho algo en la vida. Ya hay alguien que te recordará el día que te vayas. Es decir, ya has hecho algo importante y sin ti en este mundo habría un abrazo, un beso y un te quiero menos. Sin ti, este mundo sería menos intenso y humano. Habría sensaciones perdidas y personas incapaces de amar como te aman. Porque eres único, exactamente igual que los demás. La vida sin ti, tendría una pieza menos, quizá más o menos grande, pero una pieza cuya ausencia resquebrejará todo el puzzle de la vida y con él, parte de las que encajan contigo.

Eres una pieza importante, no te pierdas, solo quédate y recuerda cada momento que te hizo llorar de tanto reír. Cuando te diste cuenta de que llevabas un rato sonriendo. O cuando ese gran esfuerzo obtuvo su recompensa. O el momento en el que conociste a esas pocas personas que desearías tener a tu lado todos los días. O como cuando ese beso te relampagueó todo el cuerpo. O cuando algo tan insignificante como un te quiero te recorrió lo más profundo de tu alma. Recuerda todos esos triunfos y regalos humanos, porque ahora nadie te los podrá arrebatar. Ni el miedo, ni la pérdida, ni las dificultades. Eso ya está guardado en tu ser y es algo que podrás sacar a relucir siempre que te apetezca. Para sonreír un poco más. Estés donde estés, con quién estés o cómo estés, es algo que nunca jamás nadie te podrá quitar. 
Nadie te podrá quitar la clave para sonreír. Porque el rencor y la rabia es algo a dejar atrás. Más vale sonreír y olvidar a recordar y estar triste.

2/9/14

Cada uno a su tema

No podría criticar. Sería como tirar una piedra y decir que estoy libre de pecado. Y no critico solo me siento impotente. Son como el perro del hortelano. Ni viven, ni dejan vivir.
La autodestrucción, la autocompasión, al dejadez, el tremendismo, las insistentes ganas que tienen todos por ser infelices. No soy quién para exigir lo contrario, son ellos los que deciden. ¿Pero tan difícil es dejar a los demás serlo?

Tu apatía por vivir. Tu fatiga tras tantos años viviendo y quejándote de cada segundo respirado. No entiendes que tu cara llena de resoplos y tu autocompasión por cada plato roto hacen mella en los demás. Tus quejidos y lamentos despiertan del sueño a cualquiera, incluso a los que sueñan con los ojos bien abiertos. Y luego hablamos de egoísmos.

Tus risas pasotas que solo hacen empeorar tu situación. Dejas los días pasar. Segundo a segundo te quedas atrás, sin un futuro, sin dinero ni salud de los que poder tirar. Y te da igual. ¿Cómo puede darte igual? ¿Cómo puedes reírte cada vez que el mundo entero se echa encima de ti para que puedas despertar? 
Día a día tu salud ha ido a peor. Los kilos han ido aumentando y tú te ríes. Te ríes. Y te seguirás riendo hasta que el exceso de masa corporal te impida hacerlo, como el hecho de correr o incluso andar. 
Ni siquiera utilizas el tiempo para trabarjar, para buscar un futuro. Porque el futuro parece que ya lo has elegido. Lo sabemos y tus padres también. Lo más triste es que ellos ya han aceptado tu presencia hasta el final y no hacen nada por echarte para que busques tus habichuelas. Y luego hablamos de padres.

Impotencia es poco. Ver cómo alguien se autodestruye poco a poco. Se quita la vida, los segundos, las risas. Ver cómo alguien deja de ser feliz porque sí. 
Al principio me sentía la persona más culpable del universo. ¿Fue mi culpa? ¿No lo fue? Quien sabe...
Quizá esos meses sí, pero me he estado martirizando creyendo que fui la detonante de tu insistentes ganas de deshacerte del cuerpo. Hasta ahora. La opinión tan desesperanzada me hace ver que el problema viene de atrás. Y nadie se preocupa por buscar otras salidas. Odio que la rendición haya llegado de forma tan prematura. Porque varias opciones no sirvieron, las nuevas tampoco. Y es que llegados a este punto sé que no puedo hacer más. Mi influencia no llega a ser una mínima parte de la que te deja sentada, frente al televisor, llorando por dentro por ser como eres.
Yo no me rindo, solo sé que esta última decisión me ha dejado sin opciones para ayudar. La impotencia es lo único que me queda y unas ganas terribles de acabar con todo aquel que se rinde sin luchar. Y luego hablamos de derrotas.

Creo que debería dar las gracias. Sí. Doy las gracias por todas esas personas que me recuerdan a diario que la vida es un sinsentido y que no merece la pena vivir para nada. Gracias por los que apenados me recuerdan que la vida es solo sufrir sin balances de un karma escondido. Gracias a ellos porque la vida de por sí no me lo recuerda. Mis fallos, mis equivocaciones, mis decisiones, mi suerte. Todas esas cosas no son lo suficientemente intensas para que vengas tú, con tu tremendismo razonado y me recuerdes que nada de esto sirve.
Sería una ignorante si no lo supiera. Claro que la vida no tiene sentido. Claro que la vida es una espiral constante de dolor con pequeñeces divinas que nos hacen felices pero que no compensan nada de lo que ocurre. Lo sé. Y no por ello dejo de luchar. No por ello dejo de sonreír ante cualquier puesta de sol o ante un te quiero escapado. No por ser consciente de que nada de lo que haga valdrá la pena ni será valorado soy la que al contrario que Sísifo, me rindo tumbada al pie de la montaña esperando que llegue el día de mi muerte.
Somos algunos los que vemos que nada sirve, pero pocos los que seguimos luchando ante una guerra perdida por el simple hecho de aprovechar los segundos que alguien, en algún lugar de este mundo nos regaló sin preguntar.
Al menos si te rindes, deja de lloriquearme y lanzar berridos al aire, que hay gente que de verdad necesita las lágrimas y se las guarda para dosificarlas en los meses restantes.