10/9/14

Calibrando apoyos

Cucharadas y cucharadas de grasa. Bocados ansiosos buscando el siguiente bocado. La garganta traga. Desea volver a tragar antes de acabar con el último trago. Comida cuyo único fin es llenarlo todo. Para que no quepa nada más. Para que no quepa más ira. Para que el cuerpo se quede sin fuerzas engullendo y no pueda levantarse a golpear. A despellejar ese alma errante que molesta con sus niñerías. A conseguir un par de cuencas vacías a la altura de su entrecejo. A romper de forma violenta cada hueso de su envidioso cuerpo. Envidioso..
¿De qué? De nada. De una vida reprimida, de un sinvivir monótono, de un acelerado cuerpo que choca contra las esquinas por llegar lo antes posible a su cueva. La que está abierta a todo el mundo. La que cada día admite a más inquilinos sin reserva.
Una digestión que ni siquiera me deja llorar o gritar. Una digestión que requerirá un nuevo comienzo. Desde el principio, como si nada hubiera hecho ya. 
No le basta con atormentarme los días y restregarme con una mirada envidiosa lo que no soy. No le basta con creerme viva entre tanto silencio. Ahora las preguntas se amontonan alrededor de lo único que me está haciendo sonreír cada noche al llegar a casa. Lo único que había olvidado sentir y que me devuelve a un cuerpo activo y con ganas de volar.
No me puedes dejar ni siquiera eso...

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