Tantas palabras de más para encerrar
entre quilates esta situación.
Buscando sin encontrar. Tirando de mis
hilos para llegar a nudos que no puedo desatar. Mi suerte, amor. Tus
besos y tu sonrisa. Mis sueños, mis piedras.
Volviendo al pasado. Volviendo a los
descansos. A la sal que perfora cada raíz. A mi realidad en segundo
plano. Yo no tengo nada. Absolutamente nada.
Porque si sólo fueran 80 veces, si
sólo fuera una persona. Conseguiría creer que la naturalidad con la
que aparecen las cosas está creciendo desde las raíces incrustadas
en una tierra seca y sin vida.
Pero el azul de mi cielo está buscando
otros ángeles, no quiere recoger a los caídos. Mi hogar está roto
por equivocaciones repetidas y ya no tengo nada.
Qué horrible es cuando se destruyen
las cosas, cuando hay un sentimiento tan voraz que lo destruye todo. Qué horrible es cuando la realidad
choca con tanto esfuerzo y tantas ganas de vivir. Qué horribe cuando
apenas recibes respuestas. Qué horrible cuando las únicas que
aparecen son de reproches y silencios.
Qué horrible cuando te das cuenta que
el único apoyo que existe es el de tus dos rodillas hincadas en el
suelo por golpes que las mentiras y la hipocresía decidieron dar.
Qué horrible cuando nadie contesta a tantos gritos. Qué horrible
cuando el único motivo que me ha hecho levantar sea un flechazo
ingenioso. Unos ojos alegres, unas manos divinas que bailan sobre mí,
con tantas caricias dedicadas a una misma musa. Qué horrible saber
que si no estuvieras, si no hubieras aparecido tan de repente y por
casualidad, yo seguiría hincada, cavando un poco más para dejarme
enterrar.
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