Y
qué hago si no entiendo. Si no sé por qué elegí este camino. Esta
gente.
Cada
día me reafirmo en la idea de que el camino me eligió a mí y ni yo
a él.
No
entiendo por qué la gente complica la sencillez de sus vidas. No lo
entiendo.
Envidio
la facilidad con la que complican un sí o un no. Envidio el destino,
la elección.
Nada
más lejos de la realidad. Cada puente, cada montaña, cada muro.
Creí derribarlos cuando en realidad no había nada ante mí. Solo
fantasías inciertas y falta de sueño. De sueños. Martilleándome,
como si en mi soledad no fuera bastante. Con el deber, con mi
inaptitud.
¿Cómo
imaginar que recibiría apoyo en las pequeñeces? Si ni siquiera hubo
voz para decir basta mientras recibía escupitajos llenos de
repulsión e hipocresía. Esta
ilusión frente a personas que entienden menos que yo. Que solo ven a
través de sus ojos y apenas se acercan a los míos.
No
entienden mis rechazos, mis vergüenzas, mis cabreos, mi manera de
pensar o sonreír. Solo entienden de risas. Risas que se acomodan
entre mis tendones, que se pegan a más no poder hasta convertirme en
el bufón de siempre. La propiedad de una ironía que día a día va
creciendo, volviéndome loca por segundos y llevándose lo poco que
va quedando de mí.
¿De
qué me valen las horas? ¿De qué me valen? Si no he llegado a
nada. A la imbécil incapaz de salir por la puerta, soportando con
ojos cerrados las miradas sobre mí.
Escribiendo
sobre mi propio dolor. Sobre estas estúpidas decisiones. Un sí sin
reparos, un no inconsciente.
En
cada respuesta me pierdo. En cada patada que la vida me da. En cada
momento en el que desaparecer entre la humareda de un cigarro
explotado.
¿Por
qué no entré contigo? ¿Por qué no me fui? ¿Por qué me quedé
sin motivo? ¿Dónde está la valentía que tanto necesito? ¿Por qué
he llegado hasta aquí? Hasta esto.
Y
sigo sin entenderlo. Ni una llamada que poder hacer. Ni una historia
que contar. Odio tener que ser siempre yo la fuerte. La de la
sonrisa, la que dice "tira para alante".
La
que con frases incrédulas deja ver algo del sol que está a punto de
reaparecer. La que no llora porque lo promete. La que dice sí se
puede.
Odio
que la única voz que escuche sea la mía. Lo odio porque ahora no
escucho absolutamente nada.
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