Cómo
lo sabía. Íbamos a llegar a esto. De una manera u otra. Mucha
utopía, mucha utopía, pero la cabra siempre tira para el monte.
Cabras, piedras, ¿qué más da?
No
puedo dejar de sonreír. Ante tanto absurdo, ante tanto papel
transparente que recubre lo evidente. Unas copas de más, unas horas
de menos. Excusas, solo eso. Un
beso destinado sin más obligación que el leve contacto de tus
labios sobre los míos. Pero salvajemente me atrapaste entre tus
muslos, sin apenas dejarme reaccionar. Inútilmente contraataqué con
la misma artimaña, pero con esa misma fuerza me levantaste y me
apoyaste sobre la mesa.
Me
dejé llevar y la pared fue mi apoyo. Mis ganas, mis causas, mis tres
caminos a tomar.
El
del gusto por las comidas. El agobio de mi visión y la sorpresa ante
una pareja atraída fielmente por la misma persona. Miedo en mis ojos
y pena en el ambiente.
El
de un amor ilusorio perdido entre invenciones no tan inciertas. La
palabra microondas sigue siendo la adecuada, solo que esta vez con
luces encendidas y un único segundo de elección. Mi elección. La
de dejar de destruir mi alrededor y dejar el curso del río pasar.
Sin piedras, sin puentes. Respondiendo a instintos casi olvidados y
ofreciendo la llave de Pandora.
El
de una selva salvaje, virgen y hermosa. Una naturaleza sin explorar.
Animales y ríos primitivos. Árboles centenarios. Atracción animal.
Tres
opciones a mano. Cada una en su nivel y yo sin comprender, pero con
el poder en mis manos. Cuánto absurdo le seguía.
Lo
único inteligente, el refreno de sensaciones comunes y vistosas. La
única intención, un control aproximado de los cuerpos en
construcción. Unos celos prematuros y unas ganas abrasadoras.
Soñé
entre las dos opciones factibles, las que me dejaban respirar.
Un
recuerdo del pasado que no dolía más, pero cuyo sinsentido no
dejaba de sorprenderme. No dejaba de pedirme. No dejaba de
amartillearme la cabeza con una luz roja intensa que solo el recuerdo
nubloso podía apagar. Un leve saludo y coherencia adulta ante los
sueños que aún nos quedan.
Mi
otro sueño. El calor humano. La necesidad de sentir, de creer en lo
imposible. De soñar. Calor
reconfortante ante frías noches de invierno. Calor alentador e
impulsivo. Calor que aún siento entre mis miradas.
Mi
sonrisa. La del humor y el sinsentido. La del absurdo. La de la
incoherencia.
La
sonrisa de las opciones. La que hoy no deja cabida a llantos de
realidad y monotonía. La que no comprende nada. Absolutamente nada.
Como siempre.
La
que sigue recordando una invitación rechazada y una canción de
consolación.
La
sonrisa que lo único que comprende es que seguir al pie del cañón
desafiará a las ironías que me acompañan.
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