El
sol, el bullicio. La gente cantando, mi interior saltanto. Por el
aire. Volando cual paloma libre. Corriendo por la playa, por el
campo, nadando en el horizonte. La alegría de vivir, de respirar, de
tener, de sentir. Sentir las risas, sentir la risa. La propia risa.
La que no te deja respirar, la que parece estar a punto de vomitar
todas las cosas buenas que tienes dentro de ti.
La
risa que quieres parar porque ese dolor en el vientre es molesto. La
risa que salta vallas, rompe muros y vive los segundos.
La que te hace olvidar a los desconocidos. La que por más tonterías absurdas y sin sentido que diga, más interesante se hace. Reír, reír, reír.
La
vitalidad que recorre tu sangre entre lágrimas que no puedes evitar.
La risa y el llanto a la vez. De la mano, como buenos hermanos en
estos momentos tan hermosos. Hermosos como la vida. Mi vida. Cuando
camino junto a ella entre risas y botellas. Mi vida, conmigo. Mi
camino, el único.
Ahora
sí. Ruedo sobre la arena cálida tras un chapuzón veraniego. Ahora
sí. Me río ante todo ello. Ante todos. Sonrío porque ya sé que el
resto no es nada, solo cartones sobre un escenario.
La protagonista, yo. Y por eso no paro de reír.
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