Me
levanté corriendo. Me volví a poner los zapatos y con toda la
rapidez que pude volví a coger las llaves y lo poco que necesitaba
para salir. Corrí calle abajo en busca del primer autobús que
pasara. Pasó, fortuitamente segundos después de yo llegar. Una vez
montada te volví a llamar, no contestaste.
Te volví a llamar y una
voz respondió al otro lado.
Con
esa facilidad para distorsionar la realidad constesté. "Era
broma". Broma parecía el camino que yo había escogido. Con una
mentira sobre la que apoyarme llegué a mi destino. Minutos
esperando. Llamándote. Un cuarto de hora pasó y yo seguía allí.
Finalmente
apareciste, pasabas por allí de camino a casa y mis recados del
banco me habían entretenido en el centro. Pero, ¿de qué banco
hablaba?
Apenas
unos segundos de intercambio de palabras, treinta metros más
adelante, cinco minutos pasados y me dirigí al mismo autobús que
hacía media hora me había dejado allí. Para volver a casa, para
volver a la cama en la que estaba tumbada justo cuando me llamaste.
Cuando me dijiste que ibas a pasar por mi parada, por si yo estaba
allí. Justo cuando me hiciste saltar de la cama.
Era
una niña ingenua, loca e impulsiva. Todavía sigo siéndolo. La
única diferencia es que ahora te veo y no recuerdo el motivo por el
que atravesé toda la ciudad con tal de una sonrisa más.
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