11/1/15

Desastres artificiales

Suave y dulce. Noche de luna.
Fuera el viento ruge, la lluvia empapa.
Aquí dentro la calidez me embriaga.
Suspiro reconfortada junto a la chimenea. Placeres escondidos entre los detalles matinales. Una sonrisa, una mirada. Un abrazo que se funde en mis recuerdos, en mi presente.
Decidí caminar hacia delante. No busqué motivos, sólo había uno. Nadie a mi lado, nada que me empujara a seguir. Ni un minuto de recuerdo que me diera las fuerzas que necesitaba. Nada de nada. 

Nada de ello me hizo seguir, pero decidida levanté la cabeza y sonreí. Con tanta fuerza que hasta los sordos se giraron para mirarme. No hubo una mano amiga, una rodilla en la que apoyarse, ni palabras de ánimo por parte de nadie. Pero seguí. Por mí.

Por mí seguí. Recordé que podía seguir y disfrutar. De una cama para tres, de un ruido tierno, de unos ojos profundos, de una noche estrellada, de un mundo sin complejos.
Seguí sin que nadie se atreviera a mirarme donde estaba, en el suelo, entre charcos de lágrimas ajenas y pretendiendo cambiar el mundo a costa de que él me cambiara a mí.

El sol brilla y me roza cálidamente la piel que únicamente yo misma curtiré.

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