No
lo entiendo. No puedo. No quiero. No sé nada. No sé qué me pasa.
Dejadez absoluta. Este cuerpo. Este alma. No sé qué me pasa.
No
creo en nada. No tengo ganas. El calor de una estufa y el resto se
marcha.
Estoy
perdida. Lo siento. No tengo nada. No siento nada. Me he vuelto una
extraña.
No
quiero más. Las rimas se me olvidaron. Quiero recordar el vacío, no
la nada. ¿Qué estoy haciendo?¿Qué es lo que me atrapa?
Hoy
no. Hoy ya no. No quiero a nadie aquí. Aunque nunca hubiera habido
nada. Creo que es destrucción. Estoy construyendo la destrucción
dentro de mis entrañas. El idioma de las palabras.
Harta
de ceder. De impedir conflictos estúpidos dando mi brazo a torcer.
Una y otra vez. Hasta que como una fregona, mi brazo torcido se quedó
sin poder darme placer. Se quedó sin dedos con los que tocar, sin
yemas con las que acariciar. Mi codo, totalmente llano, sin
quemaduras, sin escayolas. Sin vida.
Como
ahora. Sin nada. Ahogada y con dolor de pecho, con ganas de estallar
y salir disparada hasta caer en lo más hondo. En lo más profundo.
En el pozo sin fondo, el que nunca llega al final. El que me deja
caer y volar sin sentir más que el aire y las llamas de mi alma
encontrada.
Un
trozo de campo en el que plantar mis raíces, a las afueras, alejada
del mundo. Sin herir a nadie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario