Me
apartaste. Después de tanta paciencia. Después de tantos días
aguantando. Hora tras hora, como si no pasara nada. Como si la ira
que se iba acumulando en mi interior no fuera nunca a estallar. Ese
fuego que me quemaba por dentro, a solas. Mirando cómo dejaba de ser
ese algo que creí haber sido. Nuevas caras, nuevos mundos, nuevas
posesiones.
Pese a todo, me aguanté. Me mordí el labio y me acerqué. Acerqué mi brazo, mi oído, mi hombro. Me miraste sin apenas mirarme, fuiste hacia un abrazo que se encontraba tras de mí. Que llegaba tarde, pero que obviamente estaba muy por encima mía. Porque siempre he sido la pequeña.
Demasiado
tiempo llevaba con ojos vacíos y no pude más. Me superó y toda la
rabia que viste en mis ojos solo era una cuarta parte de la guerra
que yo misma luchaba por dentro. Las
lágrimas que vinieron después me dejaron de importar. Dejaron de
importar.
A saber el motivo. Nunca me lo contaste y dudo que ese débil impulso de retener mi brazo junto al tuyo tuviera algo que ver con todo el mar salvaje que decidiste enseñar a otra.
Todo
el mar calmado que tiempo atrás creí sentir de forma ajena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario