24/1/15

Sin poderes

Hasta aquí. Sin rencores ni venganzas. Sin odio. Solo con la verdad. Mi verdad. No quiero sorpresas, no quiero bocas incrédulas que cerrar. Mi egoísmo es lo único que me queda, desde ahora, lo único. Yo soy la única. El resto, la nada. Sin reconocimientos, sin medallas. Únicas herramientas, intercambio de favores. Vías para llegar a lo que quiero.

Estoy harta de que me juzguen cuando lo que se espera de mí es completamente diferente a lo que decido. Completamente diferente a lo que quiero. Y ya.
Juzgada por ser lo que soy. Por ser algo que ni siquiera yo misma comprendo. Por algo que ha improntado el odio en mi corazón. El odio sin rencores, pero el odio al fin y al cabo.
Avasallada con gritos de odio puro, golpes que dejaron de dejar marca hace tiempo. Por miradas de decepción y dolor. Como si yo hubiera elegido esto. Como si fuera la culpable, la que ha manchado la perfección maquillada.

Y no lo entiendes. Por más que te esfuerces. No eres la que ha vivido su infancia intentando ser otra persona, cambiando cosas. Intentando seguir la regla, seguir lo correcto. No eres la que se siente fuera de lugar cuando estás dentro. Cuando estás en tu hogar. Cuatro paredes que solo ayudan cuando llueve fuera, pero que multiplican las gotas que caen dentro.
Año tras año buscando algo. Alguien. Nadie a quien acudir, nadie con quien compartir. Nadie. Nada de nada.

Incosnciente, sin saber, sin entender. Tantos años a las puertas de algo escondido. Unas puertas que apenas he logrado rozar a tientas y que lo único que me han dado ha sido un golpe fortuito en la cabeza para recordarme que solo estoy yo. No hay nada tras la puerta, no hay puerta. Solo dolor cada vez que me atrevo a atravesarla. Me volví a confiar y el chichón sigue molestando de forma inesperada. Un chichón que guardaré en el cajón, junto a las confusiones y futuros encuentros que evitaré vivir.

Sin un lugar que recordar ni buscar. Con nadie, con nada. Apegada a un mundo en equilibrio, en medio, donde no hay nada. Con un pie en cada lado de la línea. Mi esencia en medio, sin elección posible. Solo escuchando y observando manías tan dispares, opiniones tan extremas. Gente cegada por su lugar, sin apenas conocer la tierra a la que se enfrenta. Y yo en medio. Recibiendo balazos de ambas partes, pero de pie. Derramando mi sangre hasta que la tierra ceda ante mis mitades. Ante mi desolación por intentar encontrar mi equilibrio.

Pero esto acabó. Mis gritos de paz se han ahogado con la frustración. La que he decidido asesinar con la indiferencia. La indiferencia ante ambas orillas. El resto no importa. Al fin he comprendido lo que importa y lo que no. Solo me ha hecho falta un segundo y despegarme de la conciencia absurda que se empeñaba en creer en ciertas personas.

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