8/11/14

Sonrisas sinceras

Estaba como cualquier otro día. Como cualquier otra noche. Volvía del gimnasio, duchada y con los músculos todavía activos. Dejé la bolsa y empecé a sacar la ropa sucia. Coloqué el resto encima de la cama. Mis pies pedían descanso, al igual que el resto de mis extremidades. Me quité los tenis, los aparté de una patada y me calcé las zapatillas.
Me senté buscando unos segundos de relajación antes de preparar las cosas para el día siguiente. Llevé la toalla, junto a las prendas malolientes, en dirección al cesto de la ropa sucia. Allí las solté, sin encender la luz. Volvía a mi cuarto cuando, como cada noche, la visión de algo azul sobre el lavabo me recordó que tenía que ponerme los aparatos nocturnos.

Y sin pensarlo, sin ser un día especial ni un momento de sentimentalismos, me detuve. Entre las luces lejanas que el pasillo dejaba entrever, observé mis zapatillas. Aquel par de zapatillas que un día trajo mi madre a casa. Eran, y siguen siéndolo, negras. Con el dibujo de una alegre abeja en cada una de ellas, con diferentes siluetas y escasas palabras bajo tanto colorido. "Soy la reina" podía leerse en una de ellas, y en la otra "de la casa".

Y apareció. Apareciste. Las zapatillas cambiaron de dueño. Ya no estaba en el pasillo, sino en la salita. Allí observaba mis zapatillas en otros pies diferentes a los míos. Volvía de entrenar, con mi camiseta roja de aquel club en el que empecé a entrenar.
Allí estabas tú. Sentada. Allí estaba el paquete de galletas. Lo sostenías con una mano y con la otra dabas el primer mordisco de una galleta de la que se podía intuir que no era la primera por el vacío del paquete.
Tras dar ese mordisco y con restos de polvo sobre la boca me miraste. Sorprendida, como si por un segundo se te hubiera olvidado ser cortés. Entonces rápidamente, sin soltar la galleta, alargaste el otro brazo hacia mí y me preguntaste:

-¿Quieres una?

No pude evitar sonreír. Tampoco puedo evitarlo ahora. Allí estabas tú. Sentada en mi sofá, con mis zapatillas, con mis galletas y ofreciéndome una. Te hiciste dueña de todo y te miré de forma incrédula. ¿En serio me estabas ofreciendo mis galletas?
Tú reíste con inocencia fingida y yo sonreí evitando destapar la ternura que sentía en ese momento.
Minutos más tarde compartíamos ese sofá y antes de poder recordar más, la imagen se borró. Volví a la realidad. No podía recordar tu olor, tu tacto. Ni siquiera recuerdo tu voz con nitidez.
Volví a la realidad, me miré en el espejo. Y allí estaba yo, sonriendo al recordar.

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