13/11/14

A falta de skype, buenas son entradas

Pues eso. Conocí a doña Gertrudis. Me acuerdo del nombre por una tía abuela a la que nunca conocí, pero siempre me resultó curioso el nombre. Muy extraño para mí. Doña Gertrudis era la segunda persona que conocía con ese nombre, o al menos que yo recordara.
Me la presentaron como a una anciana cualquiera, sentada sobre una silla. Coloqué un asiento junto a ella y me senté. Me cogió la mano y yo sin comprender le dejé que la sostuviera. Quizá tuviera falta de contacto humano y a mí no me causaba ninguna molestia.

Entonces empezamos a hablar. Recuerdo que estuve menos de una hora con ella, pero no hay día que pase que no desee continuar con la conversación.
Se puede resumir en datos sueltos. Estudió económicas, era viuda y solo le quedaba una hermana que la visita de vez en cuando. Tampoco tenía hijos.
Lo más sorprendente fue cuando empezó a decir cómo adoraba las visitas juveniles. Le daban energía y ganas de seguir un día más porque los días son monótonos. Se despierta, la lavan y la sacan al aire libre. ¿Y qué aire libre? Ni idea. Era ciega. En ese momento comprendí el motivo por el cual seguía sosteniendo mi mano casi una hora después de tomármela. 
Llegó la hora de irse y la guié empujando su silla de ruedas hasta los preparativos antes de la comida. Esa comida que no sabían cocinar, pero que alimentaba de forma insípida el débil cuerpo de la señora.

La historia se resume en cómo descubrí que una hora de mi vida, puede hacer feliz a una persona desconocida durante semanas. Cómo esas personas se agarran a una posible futura visita como si fuera el último aliento que las hace vivir en sus últimos días.

Descubrí que una hora puede provocar días de felicidad y si cada persona diera esa única hora, los casos desconocidos de soledad vecinal acabarían por ser mitos de un pasado prehistórico.
Eso fue lo que quería expresar con algo más que mensajes y notas vacías. Quizás se haya perdido algo de la estela inicial, pero es lo máximo que puedo ofrecer.
Y el otro tema quedará para días futuros porque no sé si me siento capaz de meterme en algo tan complicado. No sé si valdrá la pena sufrir por algo inalcanzable.

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