11/10/14

Caras conocidas

Te vi llorar. Sufrí viéndote llorar. Discutimos. Tú y yo. Yo te preguntaba, tú solo me mirabas. Y empezaste a llorar. Lo recuerdo todo, incluso los detalles. Solo éramos tres, nada más. No confundas, no mentí. Era mi oportunidad. Me tocó la lotería. Había dos. Fue como encontrar dos diamantes en mitad del desierto. Un desierto que atravesábamos las dos.
Uno se acercó. Sin palabras en el aire, claro, tajante. Se acercó. Y mi naturaleza interna había estado la noche anterior luchando por aparecer.

El subsconciente no puede ser engañado. Me lancé, esa fuerza se apoderó de mí. Y dije que sí. Lo siento como si fueran reales. Recuerdo su cara. Se la puse yo, pero no entiendo cómo. Cogí el diamante con las dos manos. Con fuerza para que no se cayera y me miré en él.
Vi mi reflejo morado y me gustó. Rodee el diamante con toda la palma de mis manos, segura de mí misma y sabiendo lo que hacía. Lo guardé esperando a la hora prevista. Caminé entre el gentío, entre las luces de una noche inventada. Llegué a una mesa. Te vi de lejos. Vi tu mirada.

Esta vez no la apartaste, tenía mucho que decir. Me acerqué dispuesta a no dejarte destrozar mi diamante. Me senté y te pregunté. No recuerdo más, solo una discusión acallada por la música. Recuerdo tu cara, la mía. Mis explicaciones. Quería saber si mi diamante era papel coloreado.

Solo me mirabas. Gestos rápidos, miradas enfurecidas y silencio. Tus ojos se enrojecieron más que los míos. Yo paré, acabando de comprender. Y allí estabas tú. Llorando. Delante mía. La música, la gente, el aire. Todo se desvaneció. Solo quedábamos tú, yo y una mesa de por medio.
Las lágrimas empezaron a brotar y tus palabras salían con gran esfuerzo. Ojalá supiera lo que decían. Ojalá hubiera escuchado esas sílabas que se atragantaban entre tanto dolor. Ojalá las películas dijeran la verdad y no se cortaran en finales inadecuados.

Me dejaste ir. Me fui. Acaricié mi diamante y a la mañana siguiente lo devolví. Sabía que no quería más.

La peluquería y el teatro no eran cosas para mí. Más aún si hablamos de sueños.
Lo único que lamento es no acordarme más de ti.

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