19/10/14

Ahora la que llora soy yo

¿Cómo querer vivir entre tanta muerte? El aire se queda a mitad  de camino. La garganta aguanta el aire. La soledad, mi única amiga fiel. Cierro los ojos y expulso el poco aire que tengo fuerzas para respirar. Los latidos de mi corazón se ralentizan. La nada vuelve a tomar su innato papel principal. Un escalofrío recorre mi espalda. Una puerta se abre. Dejo paso al dolor. Ya no puede hacerme daño, ya no siento. Ya no respiro, ya no creo en nada.
La oscuridad invade cada esquina. Mi interior ha dejado de tener vida. No se oye nada. No hay circuitos en funcionamiento. No hay sentimientos.
Me equivoco a cada paso. Olvidé que solo soy polvo. Solo soy un corazón estrellado que quiere compañía. Quiere algo a lo que poder agarrarse para no caer. Pero no hay nada. Los retratos conocidos van desapareciendo poco a poco y una nube gris se apodera de mi alma. De lo poco que queda de ella.

Desearía tener un pedazo de normalidad. Desearía formar parte de una familia. De mi familia. No de la que he creado.
Entre elecciones he construído un puzzle inconexo con esquinas rotas y desgastadas. Con formas opuestas sin ningún punto en común.
Desearía entender, ser como los demás. Llegar a casa y hablar. Poder anunciar un embarazo con una sonrisa o que me quieran tal como soy. Que se olvidaran tantas mentiras y silencios. Empezar de nuevo como algo que debería ser y no como una carga para todos. No como una carga para mí. Porque ni siquiera yo entiendo cómo soy. Ojalá lo comprendiera, ojalá tuviera un motivo y una solución. Ojalá dejara de llorar cada vez que recuerdo que no lo entiendo. Que no me entienden. Que esta no es mi realidad.

Un país diferente, una época diferente, una persona diferente.
No tengo solución y me duele. Me desgarra cada segundo que soy consciente. Cuando recuerdo que siempre estaré fuera de lugar. Cuando mi mundo se encuentra a miles de millones de kilómetros de aquí. En el corazón de las estrellas.
Mis lágrimas rompen mi alma aterrada. Mi alma escondida entre tanta indiferencia y disimulo. Los sollozos mudos descargan cuanto puedo. Cuanto me dejan en los minutos de soledad.

Soledad. Dorada vejez. Ceguera y monotonía. El vacío incoloro vuelve a recuperar su lugar. Me quedo sin pañuelos entre tanto sufrimiento. La humedad lo impregna todo. El eco de mis gritos de socorro se pierden en mi garganta, sin la intención de salir.

Me equivoqué de nuevo. No hay cuerda, solo tiempo perdido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario