10/8/14

Y ya son 7

Esta tarde unas seis. Esta mañana otras cuantas. Preguntas, preguntas y más preguntas. Y ninguna de ellas para saber cómo me siento. Sigo sin entenderlo.
El peso de una pregunta importante se reparte entre trescientas superfluas que solo me irritan por ser las mismas de siempre.
Solo me pregunto yo. ¿Por qué?
Cada palabra encadenada por mis miedos, por la necesidad de privacidad. Por la necesidad de ser libre y decidir cómo, cuándo y a quién hablar. Cada cuestión que alargar por unas ganas inmensas de dejarlo estar. Planteándome nuevos caminos, planteando cosas que no están. Todo es un sinsentido.
Odio el silencio. Prefiero los gritos, lo haría todo aún más fácil. Me haría sacar este resentimiento que llevo conmigo. Haría que las cosas estuvieran más claras, se plantearían los problemas y se resolverían de una manera u otra.
Pero lo que más odio es ese intento absurdo de evitar el silencio con preguntas que sobran, preguntas cuyas respuestas vienen dentro de la misma pregunta. Preguntas que me entran ganas de arrugar y tirar a la basura. 

Son esas preguntas las que me han hecho abrir los ojos. Únicamente me siento fuera de lugar aquí. Fuera puedo defenderme y evito aquello que no quiero. Pero aquí no puedo evitar nada. Forma parte de mí. Y es que es algo que no entiendo. Que ni siquiera yo entiendo. Que desearía entender, porque me haría las cosas más sencillas. Es como soy, lo que soy. Y los ojos de decepción y autoengaño entienden más que mi cabeza. Entienden más que el día de hoy, con sus conversaciones pendientes, con sus decisiones por tomar y con mi empeño en esperar al día. Esperar a que vuelvas a hacerme dudar, a que vuelvas para complicarme la vida. Esperar a ver si eres capaz de hacerme olvidar que he llegado a desear que nunca hubieras aparecido en mi vida.

Es una contrariedad. Hay capítulos buenos y otros no tan buenos. Este en concreto creo que es malo. Pero mañana las decisiones seguirán sin estar tomadas. Los impulsos de decir, ¿cómo seré capaz de hacerlo? cuando realmente la decisión ya estaba tomada nada más aceptar. Nada más arrancar el coche y conducir hacia lo desconocido. Conducir hacia algo que durante el camino era algo lejano y que a cada kilómetro parecía menos seguro.
Se cometen errores, el problema es cuando una vez escogidos los caminos, sigue sin haber una seguridad plena para clasificarlos como error. Se clasifica como algo desconocido que quizá criticarías a tus enemigos, pero que al experimentarlo con cierto recelo final, lo dejas como algo que no se debe repetir. Pero no algo erróneo, ni algo que haber rechazado si el tiempo te hubiera devuelto al segundo antes de decir que sí.

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