25/3/13

Sufrimiento agradecido

Siento desfallecer mi cuerpo. Mis piernas flaquean, no pueden más. Mi espalda pide a gritos un apoyo. Mis pies no sienten el suelo que pisan. Mis rodillas callan por no llorar. Mis brazos pesan más que todo mi cuerpo. Mi mente sabe que llegaré hasta el final.

No hace falta mirar, sólo escuchar. El sonido de la música que acompaña nuestros pasos. El olor que endulza nuestro esfuerzo. Un esfuerzo mínimo comparado con el esfuerzo de aquel al que acompañamos. Un olor que te hace suspirar ante tanta belleza. La belleza del sufrimiento encarnado en el coraje de miles de hombres y mujeres que llegarán hasta el final.

Llevando con sudor y lágrimas una parte del peso que en su día tuvo que llevar un sólo hombre. Y aunque mis piernas digan que no hay más camino al que me puedan llevar, aunque mis ojos se humedezcan ante tanto sentimiento que llevar, yo sé que llegaré hasta el final. Porque no se abandona a nadie en medio del camino.

No hay engaño posible, sabíamos desde el principio que iba a ser duro, pero nos comprometimos a soportar el peso. Nos comprometimos a acompañarlo, a caminar juntos y en medio del camino no se puede mirar atrás, y mucho menos abandonar.

Queríamos aguantar y con ayuda de la música, de su compás, de los gritos del capataz, de los pétalos, del incienso, del baile de los tronos, del olor a cera quemada, del gentío, del sentimiento, del conjunto de personas que se reúnen cada año para levantar esas figuras. No podemos abandonar en un día en el que cientos de personas se ponen de acuerdo en escuchar y en caminar al mismo ritmo. No podemos abandonar en un día en el que el mundo decide pararse y sentir de verdad.

20/3/13

Ilusión


¿Por qué nos complicamos tanto en vez de preguntar sin más? Porque preferimos disfrutar del momento y soñar.

16/3/13

Rutinas

Esta rabia que desgarra mi pecho y me hace odiar cada gesto de sus cuerpos. Los dientes apretados, la mandíbula totalmente tensa y unos ojos que matarían si tuvieran ocasión de librarse de la condena posterior. Odiando cada palabra que sale de sus lujuriosas y egoístas bocas. Cada minuto que destrozan mis planes y me hacen perder tiempo de mi vida para en vez de disfrutarla, pasarla odiándolos.

Los odio por odiarme. Me hicieron rechazar cualquier anormalidad y cuando descubrí que yo estaba llena de ellas, me odié más que una niña violada a su agresor. 

Otras paredes, otro lugar. O simplemente la ausencia de su compañía. Cuando dicen de irse no se van y mis ilusiones de no tener que escuchar sus falsas voces y sus repugnantes sonidos, se van al subsuelo. Cerca del infierno que tengo que soportar mientras el odio me come por dentro y me aporta deseos de matar cuando debería estar agradecida, pero no se de qué. Nunca pedí nada, pero ellos me lo dieron todo y ahora lo lógico es estar agradecido. Pero YO NO LO PEDÍ.

Los odio por ser la única rama a la que agarrarme desde el principio. Y ahora por no haberse resquebrajado debo serles fiel. Pero mientras tanto es mi alma la que se resquebraja, la que se hunde en el oscuro odio que solo se expulsa con gritos mudos y con autolesiones, con el fin de no llamar la atención. Porque para colmo se preocupan. Y tienen que saberlo todo. 
Me tienen engañada durante todo el tiempo que los tengo en frente, soy la engañada, pero tengo que contarlo todo porque son ellos. Esa es la única, absurda y estúpida razón: son ellos.

Para mí un "son ellos" no es tan simple. Son personas como otras cualquieras y yo soy la que decido, la que elijo qué hacer. Antes no decidía porque ni siquiera sabía caminar. Para eso estaban ellos, para enseñarme a caminar, pero en este instante en el mundo hay miles de madres enseñando a caminar a sus innecesarios bebés. Al resto le importa, pero a mí no. Me da exactamente igual quién narices me haya enseñado a caminar. Ahora sé caminar y por ello sé elegir lo que quiero. Y puede que no sepa lo que quiero, puede que esté confundida, pero sé exactamente lo que no quiero. Y no quiero idiotas que se preocupen por mi estado sin darse cuenta de que ellos son la razón de mi escondite. Ellos son la razón de mis ganas de matar. Pero claro, ellos se preocupan por mí.

Tengo mi vida y quiero vivirla. Soy yo la que asumo el riesgo y prefiero mil veces más vivir una semana de vida tal y como yo quiero vivirla, para disfrutar en intentar ser feliz; a 83 años de vida secuestrada y amordazada por aquellos que dicen preocuparse por mí.

Prefiero elegir y morir, ha que elijan por mí y vivir. Porque si elijo algo, será porque me hace vivir y no porque me hace sobrevivir. Ellos me han enseñado a caminar y por ello ya puedo elegir. Si creen que elijo mal será porque no han tenido la capacidad suficiente para enseñarme a caminar. Por eso mis ojos reflejan un sentimiento tan intenso. Por eso mi cabeza desearía arrastrarlos fuera y dejarlos a un lado para siempre. Porque quieren que elija lo que ellos creían que iba a elegir. Pero se equivocaron desde el principio.

Debería desaparecer de este mundo. Dejarlo todo atrás y olvidarme de cada persona que forma parte de él. De hecho desearía hacerlo. Desearía no haber conocido a ninguna de las personas que creen que les soy necesaria. Para poder dejarlas sin más. Para poder dejarlo todo sin nadie que busque respuestas de mi ausencia. Desearía ser indiferente al mundo y correr en vez de caminar. Debería hacerlo todo. Debería crear mi propio mundo lejos de aquí. Pero en la situación actual, la única solución seria el suicidio y no voy a darles el gusto de mostrarme tan cobarde como ellos creen que soy.

10/3/13

El bosque de los corazones dormidos

Hace muchos años, hubo una joven princesa llamada Odelia. Sus padres, que deseaban que algún día se convirtiera en una reina justa, la habían educado con dureza y disciplina. Juegos, risas, besos y caricias eran consideradas distracciones que podían desvariarla de su noble destino.

Un fatal día, los reyes fallecieron y Odelia tomó posesión del reino. Asumió sus obligaciones con entereza, sin derramar ni una lágrima, pues no había tiempo que perder. Siguiendo el ejemplo de sus padres, trabajó duro para que aquellas tierras fueran prósperas y sus súbditos cumplieran a rajatabla leyes y normas. La joven reina suponía que eran felices.

Ella amaba la soledad. Y lo hacía hasta tal punto que, a veces, recelaba de su propia sombra. Cada anochecer, cumplidos todos sus deberes, se retiraba allá donde el silencio se hacía audible. Movida por un extraño deseo, un día montó en su caballo y se alejó del reino. Después de horas cabalgando por polvorientos caminos, llegó a un bello y frondoso bosque. De pronto olvidó todas sus obligaciones y sucumbió ante la tentación de descansar en aquel hermoso lugar.

Estaba sentada sobre una piedra blanca cuando de repente descubrió en ella un corazón esculpido con una inscripción dentro: María Abad vivió cinco años, cinco meses, una semana y tres días. Se sobrecogió al darse cuenta de que esa piedra era una lápida. Odelia era una mujer dura, pero sintió tristeza al pensar que una niña tan pequeña estaba enterrada en aquel lugar. Miró a su alrededor y vio otras piedras similares. Todas ellas tenían esculpido un corazón con un texto grabado en su interior: Alfonso Ruiz vivió seis años, nueve meses y dos semanas....

Odelia se sintió conmocionada.

Aquel hermoso lugar no era más que un cementerio de niños. Todas las lápidas mostraban el nombre y la edad de algún difunto. Le impactó comprobar que el tiempo que más había vivido apenas sobrepasaba los 10 años. Embargada por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar por aquellos pobres niños cuyas vidas habían sido tan breves.

El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí en aquel momento, la escuchó llorar y se acercó a ella. La observó en silencio un rato antes de preguntarle:

- ¿Lloras por algún familiar?

- No, no. respondió secándose las lágrimas- Lloro por estos niños muertos. ¿Qué le pasa a este reino? ¿ Qué terrible maldición pesa sobre él que os obliga a construir un cementerio para niños?

El anciano sonrió y dijo:

- No es una maldición. Se trata de una vieja costumbre.

- ¿Tenéis acaso por costumbre matar a los niños?- dijo incorporándose y desenvainando la espada.

-¡Claro que no! Guarde la espada y le explicaré.

Odelia obedeció.

- En este reino, cuando un joven cumple diecisiete años nuestro rey le regala una libreta como esta que tengo aquí- dijo sacando un cuadernito de su bolsillo.

Ella la tomó con curiosidad y abrió sus páginas.

- Anotamos en ella cada instante en el que amamos de verdad. Solo cuentan los momentos en los que un amor puro invade nuestro corazón dormido.- El anciano hizo una pausa antes de continuar- Cada vez que uno disfruta intensamente de un momento así, abre la libreta y lo anota. A la izquierda, describe la situación: un primer beso, una declaración apasionada, el nacimiento de un hijo...Y a la derecha, cuánto duró esa sensación de amor intenso, esa experiencia en la que el corazón parecía a punto de salírsele del pecho. Cuando alguien se muere abrimos su libreta, sumamos lo que ha amado y lo inscribimos sobre su tumba, porque para nosotros es el único vivido.

Mientras cabalgaba de regreso a su reino, el corazón de Odelia se despidió del bebé que habitaba en su tumba.

Esther Sanz

4/3/13

Momento eterno


¡Qué lejos queda un “te quiero” cuando te ofrecen algo tan importante!

Es parecida a la sensación que se tiene cuando un niño pequeño te ofrece su juguete preferido sin miedo a perderlo. Pero es una sensación más grande, porque hay que admitir que los niños son infantiles e ingenuos.
Sin embargo, cuando una persona con todas sus facultades te da algo tan importante sin pensar en qué ocurrirá después, todo se convierte en un momento eterno. Un momento que durará para siempre y quedará asentado en la habitación de los recuerdos.

Es un momento que pocas veces ocurre, pero es un momento que el alma llevará consigo, porque en resumen es un momento feliz. Es la sensación más efímera que pueda existir y en contraposición la sensación cuya estela dura para siempre.

Nunca llegaré a entender cómo una persona tan joven y pequeña ha podido ofrecerme eso. No sé si será consciente, pero esa simple y profunda frase, en medio de una situación tan reconfortante me hizo feliz. Todavía no eres una de las personas cercanas que agradezco tener y sin embargo me has dado algo que pocas de ellas me han dado, me has dado esperanza y sentido. No tiene más explicación, me hiciste feliz. Y  lo adoro.

Estas momentáneas situaciones son las que nos empujan a vivir, y son las que nos deberían recordar qué hacemos aquí. Te doy las gracias de corazón porque me has dado un momento más que recordar cuando sienta desfallecer ante el dolor. Porque aparte de la risa, los momentos eternos son los que alimentan el alma.