25/3/13

Sufrimiento agradecido

Siento desfallecer mi cuerpo. Mis piernas flaquean, no pueden más. Mi espalda pide a gritos un apoyo. Mis pies no sienten el suelo que pisan. Mis rodillas callan por no llorar. Mis brazos pesan más que todo mi cuerpo. Mi mente sabe que llegaré hasta el final.

No hace falta mirar, sólo escuchar. El sonido de la música que acompaña nuestros pasos. El olor que endulza nuestro esfuerzo. Un esfuerzo mínimo comparado con el esfuerzo de aquel al que acompañamos. Un olor que te hace suspirar ante tanta belleza. La belleza del sufrimiento encarnado en el coraje de miles de hombres y mujeres que llegarán hasta el final.

Llevando con sudor y lágrimas una parte del peso que en su día tuvo que llevar un sólo hombre. Y aunque mis piernas digan que no hay más camino al que me puedan llevar, aunque mis ojos se humedezcan ante tanto sentimiento que llevar, yo sé que llegaré hasta el final. Porque no se abandona a nadie en medio del camino.

No hay engaño posible, sabíamos desde el principio que iba a ser duro, pero nos comprometimos a soportar el peso. Nos comprometimos a acompañarlo, a caminar juntos y en medio del camino no se puede mirar atrás, y mucho menos abandonar.

Queríamos aguantar y con ayuda de la música, de su compás, de los gritos del capataz, de los pétalos, del incienso, del baile de los tronos, del olor a cera quemada, del gentío, del sentimiento, del conjunto de personas que se reúnen cada año para levantar esas figuras. No podemos abandonar en un día en el que cientos de personas se ponen de acuerdo en escuchar y en caminar al mismo ritmo. No podemos abandonar en un día en el que el mundo decide pararse y sentir de verdad.

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