9/6/13

La voz del teatro

Tres golpes suenan. Una angustiada voz describe....

Esa voz. Es esa voz. Pero no puede ser, qué va, es imposible. ¿Aquí y justo en este momento? No, no puede ser. Pero se parece tanto...
Arg, mala suerte ya ha parado.
¡Espera!, aquí vuelve de nuevo. Es como si me hablara. Como si se dirigiera únicamente a mí. No hay apenas gente alrededor, todo está oscuro y no puedo verla, pero su voz...
Tiene que ser ella, pero ¿cómo?
Cierro los ojos y vislumbro la armonía rodeándome. El alma se me rasga al recordar esos momentos tan intensos vividos desde su ignorancia. Ciertamente es una voz peculiar, pero ese sentimiento que lleva a las profundidades más internas de mi pecho es indescriptible.
Ha dejado de hablar y ya no puedo pensar en la trama, solo en volver a escucharla. Pero no aparece.
Quizás haya sido una efímera intervención que me ha desconcertado y no vuelva a ocurrir.

La función debe continuar y así es como prosigue. 

En un momento dado, noto alguien tras de mí. Pienso que una butaca más se ha llenado en el casi vacío recinto, pero no le doy más importancia.
De repente, llegan los minutos finales de la obra y esa persona que se sentó tras de mí aparece como un actor escondido entre el público. Pero no, es una actriz. Las palabras se precipitan y le impiden decir su única frase al descubierto con claridad. Esas sílabas incomprensibles me confirman lo que no podía creerme, es ella.

Hacía más de dos años que no escuchaba esa voz. Hoy, por segunda vez la he vuelto a escuchar y con un par de frases monótonas he reconocido la voz que me transportó desde un antiguo salón de actos donde comencé mi infancia, a la angustia e impotencia de la joven Adela, hija de Bernarda.

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