5/12/15

Marca de salida

Me preguntaste por qué estaba tan feliz. Y yo no supe que responderte. No había motivo aparente para tanto gozo concentrado. Una semana más con exámenes de por medio. Horas y horas estudiando. Quizá la espera de una noche con expectativas que no terminó muy mal que digamos.
Pero aún así, simplemente era feliz. No supe qué decirte. Hasta ahora.

Mi felicidad no era producto de sensaciones o sentimientos nuevos. Ya los había encontrado hace tiempo. Mi vida seguía por un camino que yo había elegido, pero continuaba creciendo. Construyendo a cada paso y eso, o al menos pensé al principio, era lo que me había convertido en una persona tan maravillada con la vida. Tan encantada de una nueva mañana con ojos abiertos.

Sin embargo, al llegar el último momento, del último día de la semana, entendí. Entendí que había sido tan feliz, que había encontrado la paz interna y la gratitud con resguardos inacabados, por un claro y simple motivo. Durante toda la semana, sólo había pasado por mi casa para dormir. Mi hogar apenas me había tenido 8 horas despierta durante toda la semana. Hasta que llegó el domingo.

Tras una noche cúspide de toda la semana, algo ocurrió.

Una voz gritando me despertó. Apenas me dejó descansar en el día del descanso. Antes de entrar si quiera a la habitación ya estaba huyendo de nuevas palabras, las únicas. ¿Y qué ocurrió? Te preguntarás. Pues lo de siempre.

Gritos y reproches ante la mínima equivocación. Sin dejar si quiera tiempo para pensar, para reaccionar, para explicar. De nada basta. Un error y ahí está la diana. A la que apuntar lanzando dardos y cuchillos con el único fin de poner en evidencia lo mal que se hacen las cosas.

Yo sin saber todavía dónde me encontraba y sólo recibiendo bofetadas de cariño. Porque el bien que prevalece sobre lo demás no es sino la monotonía evidente de lo que tiene que hacerse. De como tienen que ser las cosas. Pero un mínimo desequilibrio en lo más tenue y los campeonatos del bar vuelven a recuperarse.

Mi solución, la vía de escape que tantos otros llevaron al extremo. Un vicio inexplicable que me hace recaer cada vez que te veo, cada vez que me ves. De nuevo al principio. De nuevo al inicio. Tantas horas y días tirados por la ventana, suicidándose y sin dejarse ver.

Habrá que mandarlo todo a la mierda y empezar de nuevo.

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