Me preguntaste por qué estaba tan
feliz. Y yo no supe que responderte. No había motivo aparente para
tanto gozo concentrado. Una semana más con exámenes de por medio.
Horas y horas estudiando. Quizá la espera de una noche con
expectativas que no terminó muy mal que digamos.
Pero aún así, simplemente era feliz.
No supe qué decirte. Hasta ahora.
Mi felicidad no era producto de
sensaciones o sentimientos nuevos. Ya los había encontrado hace
tiempo. Mi vida seguía por un camino que yo había elegido, pero
continuaba creciendo. Construyendo a cada paso y eso, o al menos
pensé al principio, era lo que me había convertido en una persona
tan maravillada con la vida. Tan encantada de una nueva mañana con
ojos abiertos.
Sin embargo, al llegar el último
momento, del último día de la semana, entendí. Entendí que había
sido tan feliz, que había encontrado la paz interna y la gratitud
con resguardos inacabados, por un claro y simple motivo. Durante toda
la semana, sólo había pasado por mi casa para dormir. Mi hogar
apenas me había tenido 8 horas despierta durante toda la semana.
Hasta que llegó el domingo.
Tras una noche cúspide de toda la
semana, algo ocurrió.
Una voz gritando me despertó. Apenas
me dejó descansar en el día del descanso. Antes de entrar si quiera
a la habitación ya estaba huyendo de nuevas palabras, las únicas.
¿Y qué ocurrió? Te preguntarás. Pues lo de siempre.
Gritos y reproches ante la mínima
equivocación. Sin dejar si quiera tiempo para pensar, para
reaccionar, para explicar. De nada basta. Un error y ahí está la
diana. A la que apuntar lanzando dardos y cuchillos con el único fin
de poner en evidencia lo mal que se hacen las cosas.
Yo sin saber todavía dónde me
encontraba y sólo recibiendo bofetadas de cariño. Porque el bien
que prevalece sobre lo demás no es sino la monotonía evidente de lo
que tiene que hacerse. De como tienen que ser las cosas. Pero un
mínimo desequilibrio en lo más tenue y los campeonatos del bar
vuelven a recuperarse.
Mi solución, la vía de escape que
tantos otros llevaron al extremo. Un vicio inexplicable que me hace
recaer cada vez que te veo, cada vez que me ves. De nuevo al
principio. De nuevo al inicio. Tantas horas y días tirados por la
ventana, suicidándose y sin dejarse ver.
Habrá que mandarlo todo a la mierda y
empezar de nuevo.
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