Una sonrisa. Así sin avisar. Y yo a mi
ritmo, sin entender, sin escuchar, sin pensar. Los días pasando y yo reutilizando tu
bordería para excusar tanta atención.
Conversaciones reales. De esas que se
entienden con risas en mi cabeza. De esas que me devuelven a pedazos
tanta crueldad humana. Por el miedo a lo que no se comprende, por la
incapacidad para entender a quienes no compartimos.
Regalando miradas, preguntas
innecesarias, encuentros cuasicasuales.
Amistades enamoradizas. Porque aún con
todo de nuestra parte, sólo habríamos llegado hasta donde estamos.
Moreno de mil amores. Raíces profundas. Un impulso de los que acaban
con todo. Y hasta este cariño sin esfuerzos, con
palabras sinceras y sencillas. Sin florituras irreales, ni planes que
nunca llegan.
Ahora, mi realidad despierta. De lo
natural a la periferia. A detalles que empiezo a notar. A mi
estrategia universitaria. A lo que empezó a mitad de camino. Pero
con una seguridad que salió de nuestros cuerpos entrelazados. De mi
puntería a la hora de encontrarte y de tu hora en el momento de
aparecer.
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