Ahora
solo quiero saber que estás bien, que tienes ganas de sonreír, de
ser feliz. Ganas de meter todos esos gritos en una caja de la que
puedes deshacerte, como la mía.
Si
quieres te la presto, no tiene fondo y caben gritos de todo tipo. De
rabia, de dolor, sinceros, absurdos. Todos entran. Llevo años y años
llenándola. El vacío de su fondo se los lleva a un pasado
inmemorable, un pasado que no recuerdo.
Sé
que lo hubo porque no lo logro ver el fondo. Cada vez que meto algo
nuevo de lo que deshacerme, la oscuridad del fondo se vuelve más
tenue. Más insignificante. Si
quieres te la presto o intento enseñarte a hacer una. No recuerdo
cómo la hice, pero supongo que se empezará por cuatro cartones. Lo
que sí sé es el por qué la hice.
Entendí que necesitaba algo donde tirar todos esos gritos, porque nunca acabarían. Siempre surgiría uno nuevo, por cualquier motivo razonable o infantil, pero siempre habría uno. Podían ser gritos ajenos o gritos propios, pero siempre habría algo que tirar, que destruir, que olvidar.
Todo
llega y todo pasa. Todo acaba. Las cosas salen bien cuando entiendes
que todo lo que salió mal era inevitable. Pero la cabeza alta es lo
que los demás no te podrán quitar.
Que
te veas guapa al mirarte al espejo, que sonrías aunque las cosas no
salieran como esperabas, que disfrutes y cantes bajo una tormenta
desgarradora. Que recuerdes tantos y tantos momentos que te hicieron
feliz, las personas que te hicieron feliz. Recuerdos que nadie nunca
podrá robarte aunque el presente sea diferente. Un presente que
añadirá nuevos recuerdos a tu lista de sonrisas.
Nadie es importante salvo uno mismo, por eso las personas o momentos que se recuerdan son las que nos hicieron sentir bien. No recordamos quiénes o cómo fueron. Recordamos esa sensación que tuvimos, una sensación única que no se volverá a repetir, como las que quedan por vivir.
Así
que amiga mía, tira para adelante, que yo sé que puedes. Solo
tienes que creértelo tú misma.
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