No te pedí nada. Absolutamente nada.
Yo no dije nada. No quise nada. Pasaste delante de mí como miles
pasan. El egoísmo puro de tus palabras. Las mentiras que me hiciste
creer, que te hiciste creer. Me sorprende tanta hipocresía.
Me sorprende que a sabiendas de todo lo
que en tu cabeza ocurría me dijeras ven. Yo no pedí nada. Por eso
me sorprende que esa necesidad impetuosa de dejar de sufrir por la
distancia a la que tu corazón se ve sometida, se llevara parte de
mí. Parte de mi entereza. Y no hace falta más.
Nada de mal se aclarará. Solo estas
pocas palabras de mi irritación ante tanta pérdida tiempo.
Igual que la espera de un autobús.
Llegué a la parada y faltaban más de veinte minutos. Comencé a
caminar. Un par de paradas más. Y a la tercera, apenas unos diez
minutos faltaban. Unos minutos que nunca llegaron.
Una hora estuve esperando aunque tú
estuvieras al lado, sabiendo que ese autobús nunca llegaría. Aunque
me dijeras, no creo que quede mucho.
Y eso es lo único que me irrita.
Perder el tiempo porque la gente hable sin pensar.
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