29/12/14

Más folios para el arsenal

Líneas verdes. Entrelazadas recorren los pliegues. Puntos minúsculos unidos, correctamente atados. Cráteres hundidos en las montañas. Frío. El hambre llega. Va a estallar entre tanto ruido. Curvas repugnantes aprietan mi garganta. Las náuseas van a explotar. Algo no va bien. No me siento. Siempre estoy de pie. No me convertiré en lo que eres. No haré daño por seguir escribiendo. No seguiré.

No suspiraré y contaré mis historias al aire. No lloraré. No desearé más lo imposible, no bajaré la cabeza ante una melodía inapropiada. Melancolía.
En este punto me clavaré, hasta que algo o alguien me haga moverme. Buscaré con los ojos algo que me haga sentir, que me dé seguridad. Algo en lo que caer con ojos vendados aunque el suelo resulte de mármol torcido.

Ortografía olvidada.

Nadie es dueño de mis besos, de mis historias, de mis enfados, de mis llantos. Nadie sabe qué soy. Nadie entiende mis planes. La maleta preparada, con ganas impacientes. Como las mías.
No siento nada. Mis ojos no lloran, mi boca no sonríe. Cual robot que procesa información. Que escucha y descarta, que planea días en blanco. Ni siquiera el agua me humaniza, no me hace despertar.

Aún recuerdo manos, miradas, abrazos. Perdidos en la nada, en el pasado. Todos. Como si nunca hubieran existido.
La misma mano, la misma mirada, el mismo abrazo. Nada. Hay un corazón que palpita porque la sangre sigue bombeando. Y ni siquiera estoy segura de ello.
Los gritos y los besos acompañados de la mano en la indiferencia. El dolor de la verdad. El silencio de los corderos. Lo perdida que me siento. Que no siento.

Una clave para guardar. No. Aquí me quedo. Me cuesta confiar en palabras en el aire.

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