25/12/14

Apacible bienvenida

Robándome palabras. ¿No tenías hambre? Hambre de carne, de ciencia. Me devoraste con las palabras. Con tu sonrisa fingida y tus manos limpias. Enseñando a ciencia cierta lo que querías enseñar. Preguntas incómodas que nadie más entrevé. Me agarraste como pudiste, delante de todos a sabiendas de que yo no podía hacer nada, no debía.
Ese adjetivo no iba para ti, pero de tanto leerlo te lo apropiaste. Te ofendiste y lloraste. ¿Quién soy yo para romper lo que nunca he tenido? Lo que quiero tener. Mentiras. Eso no es deseable.
La diferencia entre tú y yo, es que yo aún sigo con vida. Sigo con un hilo fino de realidad y amistades complicadas. No siento celos irascibles que golpean con fuerza cada vez que la veo. No entiendes que yo también tengo problemas, cosas que no desearía a nadie. No entiendes que prefiero callar y dejarte romperme los tímpanos hasta que tu garganta quede saciada. No entiendes que mi felicidad no busca la destrucción de la tuya. 
El problema eres tú. Ves como otros luchan por lo que quieren, por lo que les hace vivir. Luchan, preguntan, se mueven. Y tú crees que tu pasotismo se argumenta con generosidad. ¡Já! Ni siquiera eres capaz de creerlo por ti misma. Por eso me utilizas como piedra a la que patear día sí y día también.
Aguantaré porque no me queda otra, igual que aguanto la necesidad de seguir haciéndome daño. Pasarán los años y alguien se irá. Pasará otro año y otro se irá. Pasarán todos y a menos que necesite techo y comida, no seré la tía de Galicia.

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