1/11/13

La cúspide del salto

Y yo preocupada. Pensando en ti. Mirando tu camino. Evitando que tropezaras. Ingenua de mí. 
Luchar por nada, trabajar por nada. Mienten cuando dicen que con esfuerzo se consigue todo. La constancia y el esfuerzo malgastados. ¿Para qué? Para nada. Seguir respirando para ver cómo otros se llevan el premio cuando tú has estado delante de él, esperándolo durante años.
Labios de propiedad ajena. Mi consuelo se remueve entre tus caricias destinadas a otro. No me comparo a nadie. No miro el nivel del resto junto al mío. No miro cuánto han hecho otros para conseguir lo que a mí siempre se me escapa de las manos.
Miro el resultado. El mío ni siquiera es vacío. Es tan inexistente que no llega a tener nombre. Lucho sin motivo, para conseguir nada. 

Ni siquiera quedan las personas. Esas personas que creí importantes en mi vida están desapareciendo. La distancia en todos los aspectos y su olvido o sus inventos.

Creciendo, dando forma a mi vida, una forma subrealista, deformada y con espacio. Ese espacio amplio que no tiene fin. Gris, azul, negro, no llega a morado. Ni frío, ni calor. Cayendo sin más, buscando un fondo sombrío que nunca llega. Lágrimas derramadas. ¿Para qué? Para nada. Estúpidos sentimientos. Estúpidas mentiras. Y todos me creen. Todos. 

Mi amor pasado convertido en cariño y visualizado por mentiras y dolor. Mi amor destrozado y olvidado que no sabe el nuevo paso que ha dado. La pelota es visilble, pero nadie sabe a qué tejado irá.
Solo una palabra: cariño. ¿Cómo darlo sin haberlo recibido? 
La presencia incómoda que no me deja vivir mis días. No me deja reír ni llorar en ausencia de los demás. Un coche, una ventana. 
Los de fuera me ven con sus ojos indiferentes y los de dentro no me ven con sus ojos cegados por la confusión de no querer aceptar las cosas que vienen. Por no aceptar que la perfección es aquello que uno no tiene. Por hacer daño con solo palabras absurdas y tan inverosímiles que uno se las cree al decirlas para seguir soñando con una realidad alejada del dolor.

La muerte espera. La dulce muerte que no te pide nada. No te pide esfuerzos, no te da alegrías. Solo viene y se va. Sin hablar. Sin respirar. Viene y va, sin dar ni quitar. Viene porque la vida se va, nada más.
¿En quién confiar? Solo en una persona. En ti. Cuando lo hayas conseguido, habrás hecho el mayor logro de tu depravada existencia. Porque el vicio a vivir se remonta a los antiguos. Se remonta al momento en el que se decide crear vida para compartir el dolor del lento paso del tiempo.
Mi lucha va terminando. No es elegir la derrota. Es darse cuenta de que ese es el sino. Si por cada golpe que das, cinco vienen de vuelta, no puedes más que pensar que tu final está aquí. La lucha deja de tener sentido cuando no tienes fuerzas ni motivos. Deja de tener sentido cuando sabes que ya has perdido.
Lucha por estar, lucha por avanzar, lucha por acertar, lucha por crear, lucha por amar. Lucha por ti y lucha por mí.

Todo esto, se ha acabado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario