25/6/14

Son pocos, pero se pierden

Yo no sé si es madurez o indiferencia. Solo sé que empiezo a asustarme. Las cosas siguen pasando, las buenas y las menos buenas.
Al principio creí que había cambiado mi manera de ver el mundo. Creí que empezaba a ser optimista y a dejar de lado las piedras que insisten en ponerse en medio. Pero hoy no entiendo. No comprendo. No puedo llegar a explicarme por qué no lloro, por qué no río, por qué no siento.
Me estoy convirtiendo en un mueble, en un robot, en algo artificial.
Ya no hago lo que me dicen. Hago lo que quiero, lo que más me atrae y lo que sopeso.
He dejado de lado esos malos pensamientos, esas crueles situaciones propiciadas por un irónico destino que me toma como objeto de burla.
Lo he dejado todo atrás. Tanto que estoy aquí, delante de una gran nada, sin poder sentir. Sin saber sentir y dejándome hacer por aquello que los instintos animales dictan en un primer momento.
Soy lo artificioso de este mundo lleno de hilos y mentiras. Soy lo que nunca moverán con facilidad, pero también aquello que no sabe mover absolutamente nada. Solo un corazón que cruelmente bombea algo inexplicable.

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