Tu mirada perdida, tu pierna enérgica, tu rostro blanco.
Pero más, tus manos temblorosas. Esas manos, Dios, esas manos mostrando la
debilidad de tu cuerpo y aumentando mi impotencia de verte sin fuerzas. No
podía más, de hecho no puedo más. Eres mi niña pequeña y ni yo ni nadie sabía
cómo cuidarte, cómo mejorar ese temblor. No te dejabas alimentar, no te dejabas
cuidar o quizás no podías dejarte cuidar porque es lo que te pedía el cuerpo. Pero no es tu cuerpo, eres tú y tus complicaciones. Si
quieres enseñarme a sacarlo todo, tendrás que aprender a dejar de lado las
complicaciones porque ya no es cuestión de estar una tarde dándole vuelta a una
tontería, sino que es cuestión de tu salud, de tu vida, Dios, es cuestión de
seguir o no teniéndote a mi lado.
Eres demasiado importante para mí y verte. . . Dios, verte así,
verte débil sin ni siquiera poder mantenerte en pie es algo que me duele y me
hiere. El saber que has vomitado todo lo que tenías, el saber que tienes frío
cuando el sol te pega de frente. El simple hecho de que te desvanecieras en mis
brazos y no pudieras con tu cuerpo o de verdad, el escuchar tu caída tras de
mí. La suerte de no haberte dado un mal golpe y el miedo que se escondía tras
la rabia que reflejaban mis ojos es algo que permanecerá en una de las peores
noches de mi vida.
Por favor, te lo suplico sé fuerte y haz caso del apoyo que
tienes cerca. A mí me tienes. Te lo suplico vuelve a ti, poco a poco, pero
vuelve a ti. No te pierdas por donde me cueste encontrarte.