Los dos estaban sentados en el banco, observando el
baile de espuma y alumbrados por el reflejo del sol. Ambos estaban muy
nerviosos, era una de sus primeras citas.
Era una de esas primeras citas en las que sientes que
algo surge dentro de ti. Tu corazón palpita de forma anormal, pero a su vez se
siente cómodo. Tu corazón hace que contengas la respiración por miedo a
equivocarte, hace tensar tu cuerpo de manera expectante. Esperando que ocurra
algo, algo que has estado esperando y soñando durante mucho tiempo. Son gestos
que te hacen disfrutar de su compañía, haciendo la noche efímera, pero
transportándote a una nube que vuela por el paraíso celestial reservado
solamente para los dos. No hacen falta palabras.
El silencio acogedor hacía pasar las horas como
segundos. Los dos cogidos de la mano, ella apoyada en él y ambos disfrutando de
la compañía de su opuesto. Finalmente, él rompió ese armónico silencio:
-Mira aquella estrella.
Ella lo obedeció esperando algo hermoso que culminara aquella mágica noche, pero no fue así, allí no había ninguna estrella. Ella, confundida y algo molesta por esa broma que la había arrancado de su ensoñación, se volvió para recriminarle su torpeza y recibió el más hermoso regalo que había estado esperando durante toda su vida: su primer beso.