Y de repente caí. Caí en mis
defectos, en mis imperfecciones. Caí en mi mayor debilidad. Crecí,
olvidándome del orden, del saber tener, de los detalles y sus
recuerdos. Me convertí en alguien libre dejando atrás la cuadrícula
que cerraba este puzzle y sus piezas. Mi mayor logro trajo consigo una parte
equivocada de mí. Mi desastre.
Caí en mi desastre y me dejé hacer
por unos segundos. Mi corazón lloró sabiendo que nunca haría las
cosas al derecho. Que aunque algo saliera bien, mi manera de mirar
las haría caer como yo, ante una realidad desdibujada.
Unos segundos donde mis manos no eran
más que bolas de demolición y mi cerebro sólo pensamientos
inútiles que ningún niño querría escuchar. Infecciones llenas de
alcohol.
Sólo unos segundos.
Pasados,
volví a ser feliz.
Me miré a los ojos y sonreí. Sonreí
sabiendo quién soy y quién quiero ser. Sonreí comprendiendo que el
desastre es lo que me hace ser como soy. Mis imperfecciones,
detalles que me descubren todas esas personas tan maravillosas que
tengo a mi alrededor. Todas esas personas que me aceptan tal y como
soy. Que me quieren a pesar de olvidarme de recordar. Que me aprecian
entre gritos y silencios. Que han compartido conmigo este día tan
maravilloso y que estuvieron a mi lado a pesar de tener que escalar
montañas llenas de escombros para estarlo. A pesar de mis
imperfecciones.
Mi felicidad se redujo a eso. Incluso
con pérdidas de por medio.
Mi gente. Mis sonrisas. Mi vida.