Miedos. Duda intensa. Intensa y
pasajera. Tu cuerpo y el mío, de nuevo.
Dejándome guiar, dejándome ser en
cada paso. Ayuda innecesaria tras sentir tu cuerpo sobre el mío.
Ayuda que nunca rechacé. Con tal de tocarte, de sentirte, de creerme
real.
Engaños que entre risas aceptaba con
un silencio lleno de pecado. Perdiendo la cabeza y esperando a que te
decidieras. Sin forzar, desde la delicadeza ansiando ese veneno.
Porducto del néctar de mis pasos.
A regañadientes excusándote en no
querer ofender. Dulce ironía que me besó. Entre labios suaves y
susurros escondidos. Y el baile conmenzó. El que me devolvió a la
vida, a la realidad. El que me devolvió a mi amor. El que me recordó
hace tantos meses que podía sentir sin palabrerías llenas de
parafernalias.
Mi corazón empezó a palpitar. Música.
La única, la de siempre. Un debate a cuatro que repetiría con cada
nuevo centro. Daba igual el quién o el cómo, todo se reducía a
sentir. A acoger la melodía que se impregnaba en cada esquina de
nuestros cuerpos. Y entre unos y otros, nuestros abrazos vagos.
No lo creía. Quién podría si ni
siquiera hoy la memoria nos deja ver. Y eso que nuestro final parecía
llegar. Respondiendo con desinterés ante un objetivo aparente.
Aparente, como todo aquello. Y dijo sí. Dijiste sí. Dijimos sí.
Morfeo se acercaba y en mis sueños nunca lo pensé así.
Me acerqué, lentamente te acaricié.
Te dejabas hacer, sin responder, sólo negabas ante mis preguntas. Y
yo no pensé. Sólo seguía sin saber por dónde.
Mis besos, mis caricias, mis estrenos.
La cúspide de tus momentos, justo en el momento exacto. Antes de
revolver tanto maíz. Antes de tocar el compás perfecto, el que
llega siempre justo antes del final.
Y es que creí ser yo la que guiaba, la
que tocaba siguiendo unas pautas que nunca antes había seguido en
público, que nunca antes había puesto en marcha ante jueces tan
estrictos. Pero no fue así. Al principio nos puse
en marcha, pero luego, tras la primera actuación, supe que era yo la
que me dejaba guiar por ti. Perdiendo la cabeza y sin intento de encontrar.
Entraste en mis sentidos, en mi cuerpo,
en mi alma. Me transportaste cual marioneta ingenua creyéndose libre
de ataduras. Y dios, cómo te sentí.
Decidiste crear tu magia, llena de
juegos e incienso. Y el bajo me obligó a temblar. Su sorpresa me
dejó sin respiración y mis ojos supieron que era real. Porque nunca
antes tan pocas palabras hicieron tantas sensaciones innatas.
Toda la noche. Y así desperté.
Recordando esa broma que sólo yo recordaré. Sintiendo aquello que
nunca revelaré. Creyendo que el sueño sigue siendo real porque toda esa
magia, hoy día, sigue haciéndome palpitar.