Hay días de punto y final. Días que
nada lo arregla. Hay gotas que hacen rebosar un vaso que empezó
vacío de prejuicios.
Hay días en los que despertar sólo es
el comienzo del drama.
Empecé diciendo que me cansabas, pero
es que hoy, ya estoy cansada.
Mi vida, mi privacidad, mis rincones.
Tú, el robot con el concepto de derechos inexistentes. Derecho a
preguntarme, derecho a indignarse, derecho a absorber cada esquina de
mi vida.
El agobio de una pareja que nunca
seremos, pese a tus insistencias en juntar nuestros cuerpos y mi
paciencia para decir "para". Esperanzador deseo
reconvertido en sexo allá por donde se pueda.
Toda mi vida ingenuamente frente a tus
posibilidades.
Porque me equivoqué. Me equivoqué de
tal manera que, como siempre, acabé yo perdiendo.
Creí en algo que no eras, en algo que
afronté con palabras y que reinventaste para hacerme creer en lo
increíble. La razón, la realidad. La verdad y el punto al que todas
las flechas apuntaban, pero que yo, como imbécil, decidí llevar al
extremo pensando de forma infantil que el hombre tiene salvación.
Pero me equivoqué, como tantas otras veces.
Me equivoqué y esa equivocación
apareció de repente. Entrando por la puerta, agachando la cabeza
para poder pasar. En un día donde la cama es el único hogar al que
acudir y cuyo abandono es el preludio de un mal mayor.
Los días perfectos. Los que preparamos
de buena fe. Entre prisas y besos buscando prendas. Vistiéndome cual
noche preparada para girar. Recordando pasos para sacarnos a bailar.
Preparando valentía para pedirte que me guíes. Soñando con una
noche de ensueño. Peinando mi nuevo estilo, pintanto mis labios, mis
ojos, mi alma.
Mirándome al espejo y contemplando el
resultado. Sonriendo de satisfacción y preparándome para una noche
de ganas, de baile, de calor.
Preparándome para otro de mis días.
Otra de mis grandes equivocaciones y sin poder, de nuevo, hacer nada
contra ello.
Porque todo iba genial, encaminada a la
idea que muchos teníamos, dejándome llevar por tus leves presiones,
tu simpatía y tu acercamiento cariñoso.
Pero entonces me pareció verte. Me
pareció encontrar tu presencia agobiante y con derecho a todo en una
noche única que yo efímeramente temí que pudieras destrozar. Pero
lo hiciste.
Rompiste lo único bueno que he
conseguido en este año de tanto dolor acallado. De tanto dolor que
tus derechos autoatribuídos no tenían intención de mirar. Destrozaste en una noche tantos meses
de buen rollo y compañía que me recordaron por qué, al fin y a
cabo, la vida es hermosa.
¿Pero sabes lo peor? Lo peor fue el
día que decidiste acabar con todo. El día que tu inteligencia
plástica eligió para meterse en mi mundo con el único motivo de
echar un polvo imposible mientras descansabas de los mediocres y
sunpongo que insatisfactorios de tu viernes noche.
Porque elegiste un día horrible.
Elegiste el día D.
El día que una pequeña piedra me hace
caer y yo lo único que estoy dispuesta a hacer es cavar y cavar una
tumba donde todo lo que había antes era asfalto pavimentado donde
las cosas rodaban perfectamente.
Me convertiste en el monstruo que odio
ser. En la niña pequeña cuya actitud infantil y cabezota no
aparecía desde que huí de un pasado que me gira la cara. Desde que
me dejé llevar confiando en un amor que me perdonaría.
Esa actitud que guardo con fuerza y
bajo llave sabiendo que la resaca de después no es más que un dolor
de cabeza que puede durar meses.
Porque lo que más me enfada y lo que
más voy a arrastrar durante no sé cuánto tiempo, es que tu actitud
irrespetuosa me haya devuelto a esos minutos en mi vida que
preferiría olvidar. Por todo el daño o la molestia que causo a aquellos
que en un mal momento se situaron cerca mía.
Me convertiste en ese corazón cerrado
y lleno de pinchos que no se deja amoldar. Que no se deja calmar y
que con sus extremidades afiladas corta a quien intente entrar con
permiso o sin él.
Me convertí en ese corazón que se
apodera de mí una vez al año. Ese corazón que tanto he criticado
por ver de forma perenne frente a mí, pero que nada excusa para dejarlo salir en noches como esta.
Lo poco que podría quedar de nosotros
te lo llevaste con un vaso roto y derramado. Te lo llevaste junto con
el monstruo de mis errores.