21/11/15

En una noche de invierno

Y llegó el mañana.
El sol me despertó tiernamente, acariciándome la cara. Yo, sonriente, con ojos cerrados. Llegó el día, mi día. Mi nuevo camino. Llegaste tú. Como siempre, tú.

Abrí los ojos y tímidamente me acerqué a tus ojos, creyéndote desconocida. Despertaste palpitaciones, me hiciste ver que la impotencia no era sino un defecto de la memoria. Me hiciste olvidar a aquellas que no se dejaron tocar, que no se dejaron ver. Me hiciste saber que querer aquello que no quería ser querido sólo me haría perder el tiempo. Mi valioso tiempo.

Lo olvidé todo y sólo quedaste tú. Tu rostro, tu sonrisa, tus manos sobre mi piel. Quedaron tus ojos, tus besos, tus caricias. Me olvidé hasta de mí. Me olvidé del mañana aunque el sol siguiera cálidamente a nuestro lado.

Ojos transparentes. Un alma bajo tus pupilas. Yo, colgando de tus pestañas. Dios, esas pestañas...
Risas. Tantas risas y todas ellas abriendo un nuevo camino con cada paso, con cada centímetro nuevo que recorría.

Una efímera llamada y escuché de nuevo tu voz. No sé cómo, pero con cada nueva palabra mi corazón se hace cada vez más grande, más visible. Con este juego de tira y afloja que tanto nos gusta a las dos. Donde nos dejamos ganar entre delicados pulsos.

Entendí que seguías siendo tú y que yo, seguía siendo yo. Entendí que este nuevo rostro es el que nos derrite sobre montañas esculpidas por nuestros sentidos.

Ahora entiendo que ambas nos perdimos para encontrarnos.

8/11/15

Hoy al menos siguen a mi lado

Hay días de punto y final. Días que nada lo arregla. Hay gotas que hacen rebosar un vaso que empezó vacío de prejuicios.
Hay días en los que despertar sólo es el comienzo del drama.

Empecé diciendo que me cansabas, pero es que hoy, ya estoy cansada.
Mi vida, mi privacidad, mis rincones. Tú, el robot con el concepto de derechos inexistentes. Derecho a preguntarme, derecho a indignarse, derecho a absorber cada esquina de mi vida.

El agobio de una pareja que nunca seremos, pese a tus insistencias en juntar nuestros cuerpos y mi paciencia para decir "para". Esperanzador deseo reconvertido en sexo allá por donde se pueda.

Toda mi vida ingenuamente frente a tus posibilidades.

Porque me equivoqué. Me equivoqué de tal manera que, como siempre, acabé yo perdiendo.

Creí en algo que no eras, en algo que afronté con palabras y que reinventaste para hacerme creer en lo increíble. La razón, la realidad. La verdad y el punto al que todas las flechas apuntaban, pero que yo, como imbécil, decidí llevar al extremo pensando de forma infantil que el hombre tiene salvación. Pero me equivoqué, como tantas otras veces.

Me equivoqué y esa equivocación apareció de repente. Entrando por la puerta, agachando la cabeza para poder pasar. En un día donde la cama es el único hogar al que acudir y cuyo abandono es el preludio de un mal mayor.

Los días perfectos. Los que preparamos de buena fe. Entre prisas y besos buscando prendas. Vistiéndome cual noche preparada para girar. Recordando pasos para sacarnos a bailar. Preparando valentía para pedirte que me guíes. Soñando con una noche de ensueño. Peinando mi nuevo estilo, pintanto mis labios, mis ojos, mi alma.

Mirándome al espejo y contemplando el resultado. Sonriendo de satisfacción y preparándome para una noche de ganas, de baile, de calor.

Preparándome para otro de mis días. Otra de mis grandes equivocaciones y sin poder, de nuevo, hacer nada contra ello.

Porque todo iba genial, encaminada a la idea que muchos teníamos, dejándome llevar por tus leves presiones, tu simpatía y tu acercamiento cariñoso.
Pero entonces me pareció verte. Me pareció encontrar tu presencia agobiante y con derecho a todo en una noche única que yo efímeramente temí que pudieras destrozar. Pero lo hiciste.

Rompiste lo único bueno que he conseguido en este año de tanto dolor acallado. De tanto dolor que tus derechos autoatribuídos no tenían intención de mirar. Destrozaste en una noche tantos meses de buen rollo y compañía que me recordaron por qué, al fin y a cabo, la vida es hermosa.

¿Pero sabes lo peor? Lo peor fue el día que decidiste acabar con todo. El día que tu inteligencia plástica eligió para meterse en mi mundo con el único motivo de echar un polvo imposible mientras descansabas de los mediocres y sunpongo que insatisfactorios de tu viernes noche.
Porque elegiste un día horrible. Elegiste el día D.

El día que una pequeña piedra me hace caer y yo lo único que estoy dispuesta a hacer es cavar y cavar una tumba donde todo lo que había antes era asfalto pavimentado donde las cosas rodaban perfectamente.
Me convertiste en el monstruo que odio ser. En la niña pequeña cuya actitud infantil y cabezota no aparecía desde que huí de un pasado que me gira la cara. Desde que me dejé llevar confiando en un amor que me perdonaría.

Esa actitud que guardo con fuerza y bajo llave sabiendo que la resaca de después no es más que un dolor de cabeza que puede durar meses.

Porque lo que más me enfada y lo que más voy a arrastrar durante no sé cuánto tiempo, es que tu actitud irrespetuosa me haya devuelto a esos minutos en mi vida que preferiría olvidar. Por todo el daño o la molestia que causo a aquellos que en un mal momento se situaron cerca mía.

Me convertiste en ese corazón cerrado y lleno de pinchos que no se deja amoldar. Que no se deja calmar y que con sus extremidades afiladas corta a quien intente entrar con permiso o sin él.
Me convertí en ese corazón que se apodera de mí una vez al año. Ese corazón que tanto he criticado por ver de forma perenne frente a mí, pero que nada excusa para dejarlo salir en noches como esta.

Lo poco que podría quedar de nosotros te lo llevaste con un vaso roto y derramado. Te lo llevaste junto con el monstruo de mis errores.