Hasta
aquí. Sin rencores ni venganzas. Sin odio. Solo con la verdad. Mi
verdad. No quiero sorpresas, no quiero bocas incrédulas que cerrar.
Mi egoísmo es lo único que me queda, desde ahora, lo único. Yo soy
la única. El resto, la nada. Sin reconocimientos, sin medallas.
Únicas herramientas, intercambio de favores. Vías para llegar a lo
que quiero.
Estoy
harta de que me juzguen cuando lo que se espera de mí es
completamente diferente a lo que decido. Completamente diferente a lo
que quiero. Y ya.
Juzgada
por ser lo que soy. Por ser algo que ni siquiera yo misma comprendo.
Por algo que ha improntado el odio en mi corazón. El odio sin
rencores, pero el odio al fin y al cabo.
Avasallada
con gritos de odio puro, golpes que dejaron de dejar marca hace
tiempo. Por miradas de decepción y dolor. Como si yo hubiera elegido
esto. Como si fuera la culpable, la que ha manchado la perfección
maquillada.
Y
no lo entiendes. Por más que te esfuerces. No eres la que ha vivido
su infancia intentando ser otra persona, cambiando cosas. Intentando
seguir la regla, seguir lo correcto. No eres la que se siente fuera
de lugar cuando estás dentro. Cuando estás en tu hogar. Cuatro
paredes que solo ayudan cuando llueve fuera, pero que multiplican las
gotas que caen dentro.
Año
tras año buscando algo. Alguien. Nadie a quien acudir, nadie con
quien compartir. Nadie. Nada de nada.
Incosnciente,
sin saber, sin entender. Tantos años a las puertas de algo
escondido. Unas puertas que apenas he logrado rozar a tientas y que
lo único que me han dado ha sido un golpe fortuito en la cabeza para
recordarme que solo estoy yo. No hay nada tras la puerta, no hay
puerta. Solo dolor cada vez que me atrevo a atravesarla. Me volví a
confiar y el chichón sigue molestando de forma inesperada. Un
chichón que guardaré en el cajón, junto a las confusiones y
futuros encuentros que evitaré vivir.
Sin
un lugar que recordar ni buscar. Con nadie, con nada. Apegada a un
mundo en equilibrio, en medio, donde no hay nada. Con un pie en cada
lado de la línea. Mi esencia en medio, sin elección posible. Solo
escuchando y observando manías tan dispares, opiniones tan extremas.
Gente cegada por su lugar, sin apenas conocer la tierra a la que se
enfrenta. Y yo en medio. Recibiendo balazos de ambas partes, pero de
pie. Derramando mi sangre hasta que la tierra ceda ante mis mitades.
Ante mi desolación por intentar encontrar mi equilibrio.
Pero
esto acabó. Mis gritos de paz se han ahogado con la frustración. La
que he decidido asesinar con la indiferencia. La indiferencia ante
ambas orillas. El resto no importa. Al fin he comprendido lo que
importa y lo que no. Solo me ha hecho falta un segundo y despegarme
de la conciencia absurda que se empeñaba en creer en ciertas
personas.