¿En qué momento olvidé? Solo hacía
falta llegar al lunes. Nadie dijo nada del martes. Del fracaso,
esperanzas perdidas. El pequeño triunfo sobre un escalón partido.
Los sobreesfuerzos. Tu falta de
compañía. El desprecio hacia mi trabajo y la ignorancia de mis
manos en alto. Disparaste, sin mirar. Y ahora pides el doble cuando
no tengo tiempo para avanzar.
Un golpe, un giro. Un bocinazo que se
convierte en gritos. Los de siempre. Los que me dan la bienvenida.
No tengo más.
Sonrío a desconocidos y me siento en
el vacío. Con un único abrazo. Efímero y efusivo. Orgulloso de
algo que solo un día me ha hecho vivir. Nadie dijo que le siguieran
otros. Que le siguiera este dolor en el pecho provocado por arterias
que están a punto de estallar entre tanto alimento malsano.
El calor acelera los latidos que
insisten en continuar. Que nunca llegan al final.
Ahora recuerdo. Recuerdo por qué en
cada momento de alegría dije: si pudiera saltar, lo haría.
Nada me importa. Que entres en mis
palabras y veas que sigo rota. Desde siempre. Desde esa rareza que un
único hombre se atrevió a defender.
Desde entonces rota. Por más días,
por más risas, por más alegrías. Llena de júbilo deseé seguir.
Lo conseguí, pese a ser falsa moneda, olvidé lo demás y me centré
en la lucha de un ritmo constante. Pero nunca pensamos en el mañana.
Y escribo para mí. Ni siquiera para
mí. Dentro de unos años, con todo el pesar volveré a leer y me
costará asociar. Pero al menos no inventaré. No creeré
que las palabras vienen a atacarme. Porque ninguna de ellas será
para mí. Serán para los que no oyen, para los que no leen. Para los
que me creen olvidada en una felicidad.
Y no entienden que es el
dulce el que me hace llorar. El llorar lo que me hace dulce.
A falta de puertas que abran cada palmo
de mi piel, es el estómago el que manda. De donde salen todas las
palabras. De mi mañana. De ser de nuevo el
bufón. Ese papel innato cuyo cartel clavaron en el fondo de mis
ojos.
Y no lo hay. No hay quién. Hay quien
lucha, hay quien como a peluche me trata. Hay quien pregunta por
deber, por dejarse notar. Hay quien cree ser importante cuando ni una
palabra he llegado a hablar.
Pero no hay quién. Un abrazo, de
verdad. No hay quien.
El reflejo de la luna. El brillo.
Apenas lo vi. No pudo cegarme. Y enfadada se fue, no volvió a
aparecer. Me dijo que se enfadaría, pero no tomé
el consejo como propio. Y no la miré.
Recordé que estaba por esa vuelta
triunfal. Por esos segundos de piropos sin fondo.
Los adjetivos se amontonan. Pero de
nada servirá. Escupir desgracias incesantes. Solo deseo estallar.
Deseo que cada trozo de carne aumente por triplicado dentro de mí.
Que me deje sin respiración. Que ese coche me atropelle, que un
camión me deje sin habla.
Pero no. Pero sí. Pero qué.
De nuevo al principio. Al comienzo. Al
punto de partida. Al punto del que nunca me he movido. Solo cerré
los ojos durante un instante y me negué a recibir órdenes cargadas
de mentiras.
Desde aquí sentada, los golpes vuelven
a recobrar sentido. Mi alma vuelve a tomar el mando y mi cabeza se
centra en horas sin sentido. Información innecesaria e inútil. Como
yo. Y sin embargo, la información se sigue dando.
Necesitaba sentir de alguna manera.
Necesitaba creer que algo se podría mover dentro de mí.
El
amor es tan importante como la comida. Pero no alimenta.