Y me canso. Y no puedo más. Esto es insufrible.
Cada segundo que sigo respirando, cada minuto.
El hueco que hay dentro, que no termina de
llenarse, que el vacío lo abruma.
No puedo más. De verdad que ya no puedo más. No
hay nada ni nadie que lo comprenda. No hay razón para un último empujón. Desde
el día en que nací fui derrotada y ya no puedo más.
No quiero más. Deseo acabar con todo, pero es que
ni siquiera eso es fácil.
Necesito una llama para poder prenderla y acabar
en cenizas. Acabar en algo que me haga terminar con este dolor. Cada segundo es
un cullicho afilado que se mete entre mis entrañas. Que se clava en mi alma y
no me deja vivir.
Es ausencia de algo que nunca he tenido. Es
dolor, inseguridad, desengaño y opresión.
Palabras que me hieren y me desconsuelan.
Necesito dejar de vivir, porque vivir no es sino
sufrir en este asqueroso mundo sin un grupo de personas que me haga sentir
normal, en casa. Un grupo de personas que me haga ver que este mundo tiene algo
por lo que seguir, momentos o historias que valen la pena.
Pero no es así. Y nunca lo será, me hicieron
crecer para quedar atrás y poder compararse, sabiendo que sus vidas siempre
serán mejores porque para ellos hay momentos o personas por los que vale la
pena vivir. Yo no tengo nada. Absolutamente nada.
Momentos en los que una persona normal se
olvidaría de todo, son momentos en los que desearía robar una pistola y pegarme
un tiro. Hacerme acabar con todo esto. Acabar con mi sufrimiento de seguir
respirando, de seguir escribiendo entre estas cuatro paredes que son el único
testigo de mis ausentes ganas de vivir.
No hay nada. Nada. Nada. Absolutamente
nada.
Solo dolor, lágrimas, sufrimiento, hipocresía y
segundos que desearía regalar. Segundos que pierdo para nada delante de este
ordenador, creyendo que alguien escuchará mi única petición. Mi única y simple
petición.
Ahora mismo está muriendo gente, ¿por qué no yo?
¿Por qué me toca vivir así?
¿Por qué no puedes dejarme marchar como tantos
otros? ¿Por qué? Simplemente, ¿por qué?
No puedo más. No puedo más. Ya no. Desde que fui
consciente de mí misma, desde que supe qué era la vida, mi vida, comprendí que
cada minuto que pasara en activo solo llenaría mi cabeza de más sufrimiento y
rechazo. Mi rechazo, por culpa de otros tantos que no supieron aceptar la
realidad. Pues bien, yo la acepto, no la rehúso ni la reinvento, pero me niego
a seguir viviéndola. Me niego a sufrir el resto de años que por mala suerte del
destino me queden por vivir. Me niego a compartir esta tragedia con los
espectadores llorosos. Me niego a esconder estas lágrimas que perforan el poco
sol que me queda. Me niego a conformarme con lo que hay.