Me haces daño. Probé una semana
sin ti y volví a la normalidad, pero ha sido verte unas horas desde la lejanía
cotidiana y he recordado el motivo por el cual me haces daño. Tus besos, tu
sonrisa, tu niñez. Es un sentimiento lejano y utópico. Pero cada vez que me
sueltas un te quiero me derrito ante tus ojos. Esos ojos que me escrutan a
sabiendas de qué. Que sé que buscan algo y es algo que quiero saber. Quizá lo
hayas encontrado y por eso sueltas un rasgado “me encantan”. O quizás lo sigas
buscando y yo no sé cómo dártelo. O simplemente no quiero dártelo.
Es tu pureza, tu miedo a lo
físico. Tus incansables besos que desearía tener durante horas. Repetidos,
constantes e igual de cariñosos que tu alma. Tu cuerpo acogido entre mis
brazos. Mi realidad de no optar a más. Pero mi dolor ante un amor indeseable y
escondido. Mis lágrimas de deseo e incapacidad. Mis llantos por tu ausencia y
mi búsqueda de tus momentos. Tus agradecimientos. La presencia de tu cuerpo a
oscuras, solo sintiéndolo. Solo sintiéndote ante mis ojos cegados. Sintiéndote
a través de ese aliento vivaz. Es tu respiración, cuya elocuencia me hace
sentir viva.
Dios, ¿por qué eres tan cruel? Me
está tocando de verdad. Sé que todo se resolverá como en los casos anteriores.
Pero veo esto tan cercano y tan lejano a la vez. Está aquí, pero es imposible.
No sé si podré tenerlo a esta distancia. Creo que terminaré queriendo más y eso
hará que lo aleje de mí. Condena eterna. Bromas con sonrisas irónicas.
Jugando a esas bromas. Bromas que
me hieren. Bromas que se convierten en realidad dentro de mi sueño. Canciones
que me hablan y me dicen, no hay final. No es para ti ese sueño.
Y sé que este es el límite, pero
de esperanzas se vive. Si abro la caja de pandora, dará igual la respuesta. El
dolor volverá y no valdrá la pena el amor.
¿Por qué lo cruzaste en mi camino?
Esperaría al igual que ella si supiera que tengo motivos. Dos años dijo. Bromas
que me apuñalan al albergar felicidad. Estúpidos sentimientos de angustia.
Su aparente madurez implacable a
los ojos humanos. Sus lágrimas indefensas. Mi intento de apartarlas antes de
que lleguen a sus labios. Esos labios cuyo pecado me abrasa el alma. Sus
mentiras esperanzadoras, su tacto desolador. Los añoro tanto.
Tu forma de abrazarme. Mi forma
de sentirte sobre mí y evitar romper ese delicado y fortalecido cuerpo que me
reivindica qué es lo que quiero. Me abres el alma, me haces ver lo que hay
dentro. Y por una vez en mi vida, por una única vez en mi vida me haces ver qué
es lo que quiero. Y sé lo que quiero porque ya no tengo miedo. No tengo miedo a
mis sentimientos, aunque sean rechazados por mis iguales. No tengo miedo a lo
que soy. Solo tengo miedo a equivocarme de momento.