Me levanté como otro día cualquiera, aunque era muy distinto a los demás. Me vestí con mi habitual vaquero y una blusa blanca. De camino al instituto, pensé que no sabría cómo iban a reaccionar mis compañeros. Me bajé del coche que me recogió, sinceramente sin saber quién lo conducía, y con algo de valor entré en este interminable día.
Gracias a Dios era mi última semana y no tendría que soportar a la "peña" encima de mí nunca más. Cuando entré a las ocho menos cuarto, para mi sorpresa todos se comportaban de una manera normal: cada uno a su "bola". Nadie se acercó cuando se percataron de que estaba allí y lo agradecí enormemente.
El día transcurrió como otro cualquiera, hasta que llegó la hora de historia y con ésta su profesor; Ángel. Me miró con una mirada comprensiva y nada más verlo, me di cuenta de que lo sabía todo y rápidamente me acerqué a él. Hablamos con frases cortas:
-¿Lo sabes?
-Sí.
-¿Quién más?
-El profesorado.
-Júrame que nadie más lo sabrá.
Se hizo una pausa.
-De acuerdo...pero, ¿cómo estás?
-No te preocupes.
Esa semana terminó y con ella me despedí del instituto. Ahora tendría que enfrentarme a esta nueva vida sin familia gracias a ese estúpido accidente.