30/10/09

Mi tierra

Campos con tréboles, olivos y jazmines. Flores con lágrimas transparentes tras una lluvia de otoño. Lágrimas que se aferran a los pétalos que les dan color. La nieve extraña junto al mar placentero que demora la vuelta a casa con el vaivén de la espuma. Espuma que imita el portador cuando lleva la Soledad que poco después pide ansiosa la vuelta a la vida del cuerpo inerte que yace en sus brazos.

Es sentimiento lo que se siente cuando sientes ver que esa carita bonita de la que la fuente del color tenía envidia, se encuentra cada año frente a una columna en la que recibe latigazos. Pero esa imagen venerada resucita siempre en un domingo desierto.
El olor a incienso pasa a ser olor de castañas y calor desprendido en una chimenea que recoge a una familia reunida en su morada. Risas, quejas y meteduras de pata.
Salir a las ocho y que el sol ya te salude con una brisa marinera que aceleras con el movimiento de tu bicicleta. Nadas y te sumerges y oyes la nada. Oyes las olas romper en la playa como un sonido sordo en una fresca madrugada. Es salir y sentirse en casa, es hablar y acortar las palabras, es visitar tus recuerdos y pensar en edificios vacíos que poder visitar en el momento que plazca.
Es oler el parque y discernir la playa y de la montaña.
Es levantarte una madrugada y visitar al cenachero para comprar los espetos más frescos, que se acompañan con puntillitas y coquinas que arrasan con ese sabor que se hace efímero al tomar la primera tanda.
Es ver a Picasso, sentado frente a su casa, observando la plaza recién reformada que noche tras noche puedes ver alumbrada sin tener miedo a ser molestada por los coches que pasan.
Es disfrutar de la piedad cada mañana al sentarte en la fuente de la plaza que acoge a extranjeros y a gente de la casa. Esa plaza alumbrada en la que ves liberar a un preso y llorar a la Madre frente a la puerta que te descubre una enorme casa que acoge a todo aquel que esté dispuesto a compartir su alma.
Es el teatro y su pequeño espacio de la entrada donde un grupo de estudiantes exprimen su arte y dibujan su reposo frente a una ventada del pasado.
Es la visión completa de mi tierra y sus competencias. De su pasado, de su futuro y de sus gracias protectoras que sirven como lugar de triunfo donde se alza la bandera que identifica qué es nuestra tierra.
Solo es esa mañana, ese ocaso que mezcla colores tenues, anaranjados. Que te hace desear pasar el tiempo mirando y mirando como si de un fuego eterno se tratara.
Y es la mañana ausente que te manda el sonido de la naturaleza en unas calles tan frescas y antiguas en las que trabajar sería todo un placer que no supera ni el manantial de la caricia.
Es el teatro que se visita para ver cantar a las niñas y ver tocar a la familia.
Esta es mi tierra, cantaora. Cuna de Anita, de Diana, de Mari, de elevados artistas.

Pero Manuel era a los verdiales a los que se refería.